El Gen Egoísta y el Final del Ser Humano
El reduccionismo científico ha llevado de manera inevitable a la formulación de ideas en el ámbito de las ciencias naturales y de la biología genética tales como la famosa controversia del "Gen Egoísta", libro que desató una gran polémica pero que ha influenciado en gran parte el pensamiento evolucionista de los últimos treinta años.
"The Selfish Gene", escrito por Richard Dawkins, y publicado en 1976, propone en resumidas cuentas que la selección natural no ocurre a nivel de especie o grupo, no es colectiva, sino que sucede a nivel individual y, aún más, que esto ocurre a nivel del gen y que este es el actor fundamental de la aventura evolucionaria. Este punto de vista centrado en el gen, propone que la misión del organismo es evolucionar para maximizar las posibilidades de supervivencia de los genes. En otras palabras, lo que importa es el gen, es el actor real, el organismo es solo el instrumento del gen, de su supervivencia. Es como decir que un edificio se construye para preservar los ladrillos.
El título del libro alude también a otro aspecto, digamos, moral. Todo altruismo entre individuos, toda colaboración y trabajo en equipo de una especie no sería más que otra de las estrategias del “gen egoísta” para perpetuarse, para permitir la supervivencia del grupo y como resultado la supervivencia del gen.
Ya sólo queda pues dar el salto final: la materia está pues en el origen de todo, sus leyes son las únicas leyes reales, sustanciales, el resto es sólo la producción sofisticada de la materia, la materia ha llegado a descubrirse a sí misma y descarta la existencia de cualquier otra cosa.
Para los científicos educados en este ambiente no es inconcebible que todo se reduzca al final a dar forma a un ser auto creado, auto dirigido y auto conformado para vivir en el más feliz de los mundos, los instrumentos están ahí: la ingeniera genética, la clonación, los medios de almacenamiento masivo, la inteligencia artificial, todos ellos son medios suficientes, según los científicos materialistas, para crear un sustituto del ser humano casi perfecto, capaz de auto-generarse e incluso preservar la memoria de sí mismo y programarse para no cometer errores.
Dónde quedan pues todas las doctrinas metafísicas, dónde por ejemplo las enseñanzas morales del Buda sobre la existencia omnipresente del dolor, o sobre la liberación. Liberación de qué, pregunta el científico, no necesitamos liberación alguna, en todo caso necesitamos tecnología, el nuevo sendero de la verdad que os hará libres para alcanzar la inmortalidad perfecta.
Y quizá tengan razón, y quizá puedan construir ese ser cibernético e inmortal, pero la pregunta permanecería sin respuesta, pues el ser humano habrá entonces desaparecido, será sólo una referencia, un recuerdo del pasado, nunca más podrá alguien responder a las cuestiones metafísicas, sencillamente porque en el programa del nuevo ser no existirán, ni tampoco ningún HOMBRE que pueda responder a ellas.
¿Donde pues yace la respuesta? La respuesta sólo puede estar en la propia naturaleza del Hombre, no en el ser cibernético, en su condición compleja y humana que no puede ser simplificada a menos de perder algo en el camino de la reducción, y en la búsqueda del conocimiento que por distinguirlo del conocimiento empiricista lo llamaremos Sabiduría, o sea el conocimiento que incluya a todo el ser humano y a todo el Universo en el que vive.
En otras palabras, se hace necesario más que nunca la recuperación del humanismo filosófico, de la vieja aspiración del filo-sophos o enamorado de la sabiduría. Es una cuestión de supervivencia, no se trata ya de una opción intelectual, porque en su victoria el hombre post-moderno acabará suicidándose, eliminándose a sí mismo de la faz de la tierra. Quizá las imágenes de películas que nos muestran un mundo en lucha entre la máquina cibernética y el ser humano no sean mas que un eco lejano de un futuro posible.
¿Y por dónde empezar? por la reivindicación de lo que nos caracteriza como seres humanos, por no declinar ante el dictum de la Ciencia, por aprender a pensar antes que a seguir opiniones de moda, por la confianza en nosotros mismos antes que en las cosas, y por aprender a mirar hacia el interior, lo cual nos mostrará inmensos territorios a conquistar, fuentes inexploradas de conciencia, más que dejar dejar que la mirada quede prendada bobaliconamente en la última conquista tecnológica o ante la ultima noticia científica, porque de qué nos vale conquistar el mundo si perdemos de vista el alma, o sea a nosotros mismos.
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