LA NAVIDAD ESTÁ DENTRO DE TI
...SI QUIERES
Estos días se celebran fiestas en muchas partes del mundo. Algunos lo hacen por motivos religiosos, otros por razones astronómicas o de calendario, y muchos más por intereses económicos.
No siento especial nostalgia por estas fechas, pero al profundizar en los recuerdos, siempre se pueden extraer algunas conclusiones. De pequeño, montábamos belenes; lo del árbol de Navidad aún no se había puesto de moda. Recuerdo que al montar el “Belén” había que colocar figuritas de barro pintado: ovejas pastando, pastores, lavanderas alrededor de un río improvisado con papel plateado, salpicado por algún que otro puente, a pesar de que era de noche y hacía frío.
Por supuesto, no podían faltar los protagonistas: la Virgen, San José y el Niño, acompañados de una mula y un buey. Ahora sé que todos ellos son símbolos astrológicos, pero en ese entonces solo me fascinaba la imagen del Niño y el enigmático San José, de quien poco se dice. La Madre, con su mirada fija en el Niño, me hacía preguntarme si ese pequeño, desnudo sobre unas pajas, no sentiría frío, aunque estuviera la mula y el buey a su lado.
Sobre ellos colgaban angelitos, y en la distancia se acercaban tres camellos con los Reyes Magos. Sin embargo, lo más mágico para mí era colocar la estrella con su larga cola. Hacíamos avanzar la estrella conforme se acercaban los días en que los Reyes Magos, los Reyes iniciados, llegaban a Belén, la “Casa de la carne” (Beth-lehem), simbolizando la encarnación de un ser especial que marcaría una época… una época que ahora parece estar llegando a su fin.
Ese día señalado se preparaba una cena especial con alimentos que no se consumían el resto del año por ser demasiado costosos. La celebración se llenaba de música popular, panderetas, zambombas, flautas y tambores. Sobre todo, los cantos alegres de niños y adultos daban vida a un día único.
Pero ha pasado el tiempo. Antes, los cambios tardaban generaciones en consolidarse. Hoy, todo cambia a una velocidad que apenas nos deja adaptarnos. Sin darnos cuenta, nos han alcanzado tiempos nuevos en los que ya no se sabe bien qué es la Navidad.
No se trata de comer; ahora estamos rodeados de abundancia, y el problema es la obesidad. Los dulces navideños se venden desde octubre. Sabemos que se acercan las fiestas no por su significado, sino por las ofertas del supermercado y las rebajas del Black Friday, que ha evolucionado en Black Week y pronto será Black Month. La Navidad llega al Corte Inglés, al supermercado y a Amazon. Así, la festividad ha sido vaciada de contenido. Ya no sabemos qué celebramos.
Vivimos una época oscura, aunque adornada con oropeles y guirnaldas brillantes. Y decimos que es oscura porque, en medio de guerras y crímenes contra la humanidad, no podemos ver la luz en este largo túnel de consumismo, materialismo y deshumanización.
Tal vez ha llegado el momento de volver la vista hacia la naturaleza, porque puede enseñarnos, incluso a los más ignorantes. Su primera lección es que existen ciclos. Aprendemos que, para que la rueda avance, debe girar y apoyarse en todos sus lados: el claro y el oscuro. La oscuridad nos lleva al descenso a la materia, a la cámara de las pruebas, al drama de la muerte periódica, cuando la naturaleza se repliega, se esconde y se encierra.
Cada noche es una noche del alma, un cierre de ciclo, para atravesar la Tierra del Silencio hacia un nuevo amanecer. Es el momento de renacer y ser niño de nuevo. Para el filósofo, que comprende que los ciclos de vida y muerte son solo apariencias de la Vida Una, este dormir es solo una pausa para recargar fuerzas. Al día siguiente, despertará renovado, fuerte y brillante, como el primer sol del amanecer.
Cuenta la leyenda oriental que llegará un día en que la luz disminuirá hasta que reine la oscuridad total. Será el fin del mundo. Pero quizás este año, el solsticio de invierno no nos lleve a la oscuridad completa. Tal vez, poco a poco, el sol alargue su estancia diaria, y entonces sabremos que hay una nueva oportunidad: renaceremos para continuar el camino de la Vida Una.
Brindemos por ello y aprendamos a ver nuestra vida como un camino eterno, con días y noches, pero siempre avanzando. Alegrémonos, porque VIVIMOS.