domingo, marzo 19

LOS ELEMENTOS IV - EL TEMPLO DE KOM OMBO Y EL DRAGÓN EGIPCIO

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EL TEMPLO DE KOM OMBO y EL DRAGÓN EGIPCIO

Los “cultos” que el ser humano establece se refieren en principio a una relación que sustenta un vínculo. Etimológicamente tiene la misma raíz que la palabra cultivar. Y el propósito de dicha relación puede variar desde presentar el homenaje y reconocimiento a seres humanos extraordinarios (culto a los héroes) o a los dioses (cultos religiosos), e incluso apaciguar o controlar ciertas fuerzas naturales (cultos naturales, agrícolas, etc.)

Junto al río Nilo, en sus mismos márgenes, se estableció una relación divina y de poder, además del control de ciertas fuerzas naturales. Era una zona infestada de cocodrilos, y para la religión egipcia, que representaba a muchos de sus dioses bajo formas animales, éstos eran las expresiones terrenales de poderes invisibles que había que canalizar.

En la Antigüedad, tanto en China, como en Mesoamérica, se rindió homenaje a otros grandes saurios míticos: los dragones, que aún hoy en día se utilizan en las representaciones de los festivales estacionales anuales.

El Dragón chino se relaciona claramente con la monarquía, los emperadores chinos, desde el legendario Huang-Di, tenían al Dragón como símbolo del poder imperial, ocupaban el “Trono del Dragón”

Este ser mítico estaba dotado de toda clase de poderes mágicos y conocimientos. Estaba relacionado con las aguas, tanto del cielo como del inframundo. Entre los primeros emperadores míticos de China, el emperador Fu-hi o Fu-xi, representado como medio hombre y medio serpiente, es quien establece el sistema analógico-matemático de los 8 Trigramas que está en la base del sistema oracular del “I Ching”, de la Medicina Tradicional China, de la Astrología, del Feng Shui o arte de la ordenación del espacio habitable, etc.

Este sistema universal de la civilización china tiene su origen en un dragón que surge de las aguas, y que ejecuta una serie de movimientos o danza ondulante. El emperador Fu-Hi capta esos movimientos y observa una serie de signos escritos sobre el lomo de dicho dragón, que son los trigramas sagrados que también están en el origen de la caligrafía o escritura china.

De tal manera que éste emperador es el “Transmisor” de conocimientos fundamentales, que están en la base de muchas ciencias y filosofías de la China tradicional, además de enseñar a sus súbditos a cazar, pescar, el uso de las armas de hierro, e instituir el matrimonio y los primeros elementos de culto religioso.

Una leyenda parecida es la de Osiris en Egipto, el dios-pez (arriba), que también surge de las aguas, viene de allende los mares, y enseña a los egipcios, entonces sumidos en la barbarie y el canibalismo, todos los aspectos de la civilización y la religión.

Es la misma historia que se repite en el caso de Oannes, el mítico hombre-pez que surge de las aguas del Golfo Pérsico y que dota de los primeros rudimentos a la civilización Sumeria. Oannes trajo el conocimiento de las letras y las ciencias, y de toda clase de artes. Enseñó a construir casas, a fundar templos, a compilar leyes, y explicó los principios geométricos.

También Quezáltcoatl, “la Serpiente de plumas preciosas”, es quien trae la civilización a los pueblos mesoamericanos, y quien era tenido por ser el inventor de los libros, los calendarios, y quien enseñó el cultivo del maíz, además de ser el patrón de los sacerdotes y símbolo de muerte y resurrección, como Osiris.

EL DRAGÓN EGIPCIO

La esencia de todos estos mitos es la de un civilizador que establece las bases de la cultura, religión, y medios de vida, se trata de un ser sagrado que viene desde lo profundo de las aguas o de los lejanos mares.

¿Por qué esta relación con las aguas profundas?

En las antiguas teogonías el origen del mundo, de la vida, se sitúa en las aguas primigenias. En la Biblia, por ejemplo, la creación comienza con el Espíritu de Dios que incuba las aguas del abismo. En los mitos hindúes el final del mundo, el pralaya, es la sumersión de todo lo existente en la oscuridad del no-ser, y su resurgimiento está de nuevo relacionado con las aguas primordiales sobre las que flota el cuerpo de Vishnú Narayana y de donde surge Brahmâ, el creador. La historia bíblica se repite en la leyenda de Noé, pues su ciclo corresponde también a un nuevo renacimiento de la vida después de la gran inundación; tras siete días el ave que envía vuelve con una ramita de olivo, anuncio de una nueva tierra emergida.

Todas estas leyendas hablan de un hecho fundamental, que también se encuentra reflejado en el Libro de los Muertos egipcio, donde la divinidad Atum le dice a Osiris que llegará un día en que animales, hombres y dioses desaparecerán, y únicamente sobrevivirá en medio de las aguas Osiris y él mismo, Atum, bajo la forma de una serpiente sumergida y desconocida en el medio de las aguas. Osiris aquí representa a la Sabiduría, al hombre sabio iniciado, y Atum ,el dios desconocido que se manifiesta en sus ciclos infinitos y periódicos.

Por tanto, un nuevo ciclo se inaugura tras la sumersión en el no-ser y a partir de ese momento, cuando el mundo vuelve a la vida y a recrearse saliendo de la inercia, lo único que sobrevive es la Sabiduría, porque sólo los hombres-peces, o sea, los hombres sabios iniciados, los peces-dragones, son los que pueden navegar y sobrevivir en las aguas de la no existencia. Ellos son los que atraviesan “los mares”, los que resurgen para enseñar a los hombres el comienzo de una nueva civilización, o un nuevo ciclo.

Por eso no es de extrañar la asociación de estos peces, dragones, cocodrilos, con los Primeros Reyes, las primeras dinastías celestes, aquellos primeros Conductores de la Humanidad. Así, los faraones de Egipto también son consagrados y ungidos en el antiguo Egipto con el aceite del cocodrilo sagrado, “Mesh”:

Los faraones eran pues los “Ungidos”, los Mesihas (מָשִׁיחַ Māšîaḥ, en hebreo = Khristós), por eso aún hoy en día a los cristianos en Egipto se les llama los “mesihis“, los ungidos por la sabiduría del Pez o Ichthus o Ichthy, emblema secreto de comunicación de los primeros cristianos:

XΘΥΣ: Iota I: Ἰησοῦς Iesous (‘Jesús’), Ji X: Χριστὸς Christos (‘Ungido’), Theta Θ: Θεοῦ Theou (‘de Dios’), Ípsilon Υ: Υἱὸς Uios (‘Hijo’), Sigma Σ: Σωτήρ Sóter (‘Salvador’)

EL DRAGÓN ASTROLÓGICO

El signo astrológico en relación con las criaturas que “surgen del agua”, y signo de los “Mensajeros” y “Avatâras” religiosos es Capricornio. El monstruo que surge de las aguas, con la mitad del cuerpo de un monstruo marino y la parte delantera de una cabra. O sea, la fuerza espiritual que emerge desde las profundidades de los tiempos, de las aguas del abismo, del pralaya, y que trayendo consigo la sabiduría escala hasta las montañas, hasta las alturas místicas.

Dicho signo astrológico es conocido en la India como “Makara” (animal marino, cocodrilo), el monstruo descrito como delfín, dragón, y a veces con cabeza de antílope. Es el monstruo que sirve de vehículo para llevar a los dioses (vahan) y custodio de todas las entradas, umbrales, accesos a los templos, salas reales, etc. En la siguiente figura lleva sobre su lomo a Ganga, la diosa del río Ganges.

Es pues el símbolo, en resumen, de los que preservan y custodian la Sabiduría, además de ser sus transmisores, muchos de ellos en relación simbólica con Venus, la estrella de la mañana y vespertina.

MANAS, LA MENTE SUPERIOR O DRAGÓN

Entre los múltiples significados de los 4 elementos de los que hemos hablado en los artículos anteriores, con relación al ser humano, hemos relacionado estos simbólicamente con el aspecto físico, el energético-vital, el psíquico-emocional y el mental. Los 4 constituyentes o principios básicos del ser humano.

Ahora bien, el quinto elemento, o quintaesencia, hace referencia a la Mente Superior, o Manas, a la superación de los 4 principios básicos del ser humano, gobernados ahora por un quinto principio rector.

Toda la anterior simbología está precisamente en el templo de Kom Ombo. Este santuario junto al Nilo, aunque con raíces más antiguas, pertenece a la época ptolemáica. Es un templo doble, único en el Antiguo Egipto, se trata de dos templos paralelos unidos, y compartiendo algunas cámaras en común. Una parte estaba dedicada a Horus el mayor, Haroeris, y otra parte al dios cocodrilo “Sobek” (Soujos ó Σοῦχος en su transliteración griega) (en egipcio sfḫw, Safju = siete), el séptimo. La siguiente imagen es una síntesis de los dos dioses:

“Yo soy el Cocodrilo sagrado Sevekh: Yo soy la Llama de tres pabilos, y mis pabilos son inmortales. Yo entro en la región de Sekem. Yo entro en la región de las Llamas que han derrotado a mis adversarios” (Libro de los Muertos Egipcio)

Este verso hace alusión a los principios trinos y superiores del ser humano, a su parte inmortal. En el “Libro del Fayoum”, ya desaparecido, se habla del viaje diario de Sobek-Ra a través del cielo, como el sol en su movimiento diario. Remarcando así su naturaleza solar. Sobek es la serpiente-dragón, es el sol sumergido en las aguas primordiales, el espíritu solar manifiesto en las aguas de este mundo.

Dicho templo además estaba íntimamente relacionado con la monarquía, de tal manera que tanto Sobek como Horus el Mayor eran sus protectores. Una forma de Hathor, la diosa madre, era la consorte de Horus el Mayor con el nombre de Tasenetnofret (“La Buena Hermana”) representada aquí con su tocado y espigas.

En esta representación en uno de los muros de Kom Ombo, dañada e incompleta, aparecen los 4 elementos representados:

Arriba a la izquierda aparece un león alado (fondo anaranjado), enfrente del mismo un toro o buey (amarillo), abajo a la izquierda un halcón alado (morado), mientras que a la derecha falta la figura que está dañada. No obstante, aunque fue martillada aún puede verse el rastro de la figura que la coronaba (en la imagen rodeado por un círculo rojo), corresponde al tocado de Tasenenofret que vemos en la anterior imagen rodeada por un círculo rojo.

Tenemos pues como resultado una imagen similar a la utilizada para los 4 elementos en Alquimia y en la Cábala, compuesta por el Toro, el León, el Águila (halcón) y el Ser Humano:

Sólo queda representar el Quinto elemento. Este se encuentra en el centro aunque destruido (fondo verdoso), con la misma saña sectaria con la que se destruyó la imagen de Tasenenofret. Quizás porque simbólicamente ésta última es la Divina Madre de Panebtawy (“El Señor de las Dos Tierras”) quien probablemente estaba representado como un niño rey en el centro, y que recordaba a los sectarios cristianos que lo martillaron hasta destruirlo a su virgen madre y su hijo divino.

El niño divino, Panebtawy también representaba además al mismo faraón, al que se le suponía hijo de los dioses. Este templo de hecho está dedicado a la protección de los reyes egipcios.

El templo de Kom Ombo guarda bastantes sorpresas y misterios, y entre ellos nos ofrece aquí precisamente un emblema completo de los Elementos, dedicados al rey, y protegido por las figuras de los dioses celestes, uno que habita en el cielo, Haroeris, y otro su reflejo en las Aguas del Mundo, Sobek.

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miércoles, marzo 15

LOS ELEMENTOS III - El Quinto Elemento

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El Quinto Elemento

En anteriores artículos señalamos un esquema fundamental de 7 elementos, gradaciones o fases. Sólo cuatro de ellos están al alcance de la conciencia humana, poseyendo pues el ser humano un conocimiento y acceso limitado a los mismos: al universo material en su conjunto, al energético sutil y vital, el psíquico y finalmente el mental.

En la antigüedad simbolizaron esta idea bajo el aspecto de los llamados 4 Elementos, que nada tienen que ver con los elementos químicos que todos hemos estudiado en el colegio. El plano por encima de estos 4 elementos, el quinto elemento superior, relativamente cercano a nuestra conciencia, es aquel plano del universo, con sus realidades propias y sus cualidades que no están a nuestro alcance inmediato, pero que podría ser alcanzado por el ser humano, a través del desarrollo de su propia conciencia. De ahí proceden ideas y palabras relacionadas con la “quintaesencia” de las cosas, o sea el aspecto más sutil de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos.

En el mundo budista, por ejemplo, se refieren a los 5 Dhyâni Buddhas, que en uno de sus significados está relacionado con estos 4 elementos y el quinto de síntesis:

El Buddha del Norte, Amoghasiddhi
El Buddha del Oeste, Amithaba
El Buddha del Este, Akshobhia
El Buddha del Sur, Ratnasambhava
El Quinto Buddha o Buddha de Meditación, Vairocana

Cada uno de los anteriores se relacionaban con una dirección del espacio, una estación, un color, una cualidad de sabiduría, etc.

En el antiguo Egipto se representaba por los 4 Hijos de Horus, llamados también los 4 Hijos de Shu, cada uno de ellos también relación simbólica con las direcciones del espacio, etc. De izquierda a derecha en la siguiente imagen podemos ver su representación:

Imsety, Este
Hapi, Oeste
Qebeshnenuf, Sur
Duamutef, Norte

El Dios Shu (arriba), cuyo símbolo está relacionado con la luz solar, o el éter, como indica sus símbolos, la pluma y el sol irradiando, es el Padre de los 4 Elementos, otras veces se les llama a estos los 4 Hijos de Horus, siendo otra versión de lo mismo, porque se trata de Horus el Mayor, Haroeris, palabra que tiene su origen en “Her-u”, que significa lo superior.

Otra variante en Egipto era la representada por las 4 diosas protectoras de de las 4 direcciones del espacio, como puede verse en la capilla protectora de los vasos canópicos de Tut-Anj-Amón (“Imagen Viviente de Amón):

Serkit, la diosa escorpión del Sur
Isis, la diosa del Este
Nephtys, la diosa del Oeste
Neith, la diosa del Norte

Son las diosas protectoras de las direcciones del espacio, y junto a los anteriores, protectoras de los vasos canópicos que contenían las vísceras y órganos del momificado, ya que estos también se relacionaban con los elementos y las direcciones del espacio. Exactamente igual que en la Medicina Tradicional China.

En el Cielo se situaban los 4 Bellos Timoneles Celestes, cada uno en relación a una dirección cardinal y a uno de los signos estelares cardinales y a los planetas regentes relacionados:

El Timonel del Este, relacionado con Marte.
El Timonel del Oeste, relacionado con Saturno
El Timonel del Sur, relacionado con Júpiter
El Timonel del Norte, relacionado con Mercurio

El Quinto estaba relacionado con el planeta Venus.

Los coptos, herederos de los antiguos egipcios, utilizaron también como símbolo el siguiente, para representar las direcciones del espacio y su síntesis o quinto elemento, este símbolo era una evolución del Anj o Cruz Egipcia de la Vida:

Y en el mundo romano y post romano encontramos también una forma evolucionada, el llamado lábaro o signo del emperador Constantino (a la izquierda), equivalente al anagrama copto anterior, y que luego fue adoptado por la Iglesia (a la derecha) con el nombre de Crismón:

La letra “P”, en realidad es una “Ro” (ρ), con el significado de “Cabeza”. Evidentemente, ya había perdido todo su significado original, y aquí sólo representa la Cruz, y la “cabeza o jefatura papal”.

Otras variantes fueron la de 4 Arcángeles protectores, Miguel (sur), Rafael (este), Gabriel (oeste) y Uriel (norte).

El esoterismo cabalista aportó también muchas representaciones típicas, como la siguiente.

La Alquimia por su parte generó signos, como la moderna química, para cada elemento, organizados alrededor de un quinto (en rojo).

¿HAY UN SIGNIFICADO UNIVERSAL DE LOS 4 ELEMENTOS?

Cabría preguntarse si todas las representaciones y símbolos relacionados con los 4 elementos poseen el mismo significado. La respuesta no es simple. Por un lado estos símbolos, aunque semejantes, fueron utilizados con diferentes enfoques y para diferentes propósitos y prácticas. El entendimiento externo de los mismos condujo a diferentes formas de utilización, por ejemplo en la magia práctica, o para el estudio de la materia, especialmente en la alquimia, antecesora directa de nuestra química moderna.

Por ejemplo, los 4 elementos representados por los 4 hijos de Horus fueron aplicados a las ceremonias de embalsamamiento, relacionando así cada uno de los 4 órganos-vísceras con direcciones del espacio. La iglesia utilizó esta simbología para establecer, basándose en el llamado legado del emperador Constantino (demostrado en nuestros días como falso) el poder del obispo de Roma sobre el resto de la iglesia. En Astrología lo usaron para establecer las llamadas Estrellas Regentes de las 4 direcciones del espacio, etc. etc.

Todas estas interpretaciones hicieron uso de la tradición sobre los 4 elementos, las 4 direcciones del espacio, los 4 regentes celestiales, con objeto definido, con cierto fin en mente.

Ahora bien, en el fondo de la historia podemos distinguir una antigua tradición sobre 4 fases en la naturaleza, y aún más, la pertenencia de esas 4 fases de la creación o aspectos a 7 gradaciones fundamentales.

El Espacio Abstracto, del cual nuestro Espacio Cósmico es sólo una apariencia, no posee cualidades ni gradaciones, pero el Universo manifiesto en ese Espacio, sí que posee un abanico complejo de cualidades, que los antiguos hicieron corresponder a 7 Elementos fundamentales.

Enfrente de nosotros tenemos pues no sólo el mundo material, con una inmensa variedad de componentes y cualidades, sino también todo un mundo vital en el que se desarrolla los misteriosos mecanismos que dotan de vida a esa materia, o sea que la animan, desde el átomo hasta el ser humano, y todas las demás entidades que puedan existir, es la Vida universal en todas sus manifestaciones. Y también existe la complejidad, de la que el mundo animal participa, de las cosas que atraen y rechazan, de la capacidad de reaccionar frente a esa misma materia y frente a los sentimientos, o sea la sensibilidad psíquica de todo lo existente, el deseo y el rechazo en sus infinitas variantes, que nos castiga y que nos lleva también, en última instancia, a la búsqueda de lo espiritual; y por último está el plano que incluye desde el análisis racional y el pensamiento reflexivo, hasta el pensamiento penetrante e inspirado en una sabiduría inmanente, que aunque no siempre accesible, está presente en nosotros y en la naturaleza que nos rodea.

Estas 4 etapas a superar, esos 4 campos de experiencia del Ser, nos llevarán impulsados por la Voluntad, el Amor y la Sabiduría, a la búsqueda y desarrollo del resto de los elementos superiores a través de la conquista del Quinto Elemento, o Quintaesencia.

Continuará

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sábado, marzo 11

LOS ELEMENTOS II - La Evolución de la Conciencia

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La Evolución de la Conciencia

En el pasado artículo exploramos la idea global sobre los Elementos clásicos, diferentes por completo de los elementos químicos. Los primeros hablan de la gradación de la creación en 7 fases; sólo una de esas 7 fases corresponde al mundo material y físico, constituido por los elementos químicos en diversas combinaciones.

Ahora bien, si analizamos la realidad circundante nuestro universo puede ser descrito desde dos puntos de vista, como una estratificación de propiedades, o como dimensiones en el espacio.

Los Elementos como Estratificación de propiedades globales

Para los antiguos no pasó desapercibido la organización global de nuestro mundo: sobre la base densa de la tierra, se expande el líquido elemento, el agua, y sobre este el aire, y más allá el fuego solar. Y comprendieron claramente que todos los cuerpos densos, incluyendo el cuerpo humano, participan de alguna manera de esa tierra, que la vida es imposible sin el agua, y que el aire, elemento en el que nos movemos, permitía la expresión de nuestros sentimientos, mientras que lo alto del cielo, navegado por el Sol, representaba el fuego espiritual, al que el hombre se dirigía en sus oraciones.

Simbólicamente por elemento Tierra entendieron pues todo aquello que era denso y material, perfectamente representado en el mundo mineral. 

El elemento agua no era el agua que bebemos, sino un símbolo de todo aquello que representaba el flujo de la vida y de la energía. 

Por elemento aire, no se referían al aire que respiramos, sino a esa característica “aérea” o “ambiental” o “atmosférica” que tiene nuestra psicología y emociones. Todos han podido experimentar esa sensación de expansión y contracción que se produce cuando estamos alegres o tristes, todos hemos respirado ampliamente aliviados o por el contrario sentido opresión y restricción en nuestro pecho con esos mismos sentimientos, y todos saben de la influencia del medio ambiente sobre nuestro humor, y que los días lluviosos u oscuros y los días soleados, tal como la ciencia hoy reconoce, alteran nuestro humor. 

Finalmente, el fuego solar, la capacidad de iluminar a todos, y la capacidad del fuego de expandirse y comunicarse, permaneciendo igual sin disminuirse ni extinguirse, de manera similar a las ideas de la mente.

Los Elementos como Percepción de las Dimensiones y el Tiempo

Aún antes de que Einstein existiera, los filósofos de la antigüedad trataron sobre el espacio y el tiempo. De hecho estos temas fueron objetos de especulación profunda tanto en los Vedas como en las doctrinas budistas o en los textos chinos antiguos. 

Al igual que la moderna física cuántica se ha visto forzada a interrogarse acerca de la propia naturaleza de la mente humana, también los filósofos del pasado llegaron a la conclusión que la forma de percepción del tiempo y del espacio es inseparable de la constitución de nuestra mente.

Una forma de explicar la Evolución consiste en describirla no como el desarrollo de los cuerpos (unicelulares, pluricelulares, vegetales, animales, etc.) sino como el desarrollo gradual de la facultad de la conciencia expresada en esos cuerpos, y de cómo ésta va adquiriendo progresivamente un conocimiento más complejo de las dimensiones y del tiempo.

El evolucionismo sostiene que la vida se originó a partir de formas inorgánicas que en ciertas combinaciones dio origen a moléculas complejas y posteriormente a formas básicas de vida orgánica. La posición clásica al respecto difiere en las causas, pues entiende que la conciencia y espíritu precedieron a la manifestación material. 

En un proceso doble, mientras que la materia organizada, dirigida por el espíritu inteligente, creó formas o receptáculos más avanzados y apropiados para éste, el espíritu inteligente descendió progresivamente tomando cuerpo en esas formas materiales. Por consiguiente no solo podemos hablar de una evolución de las formas, sino también, lo que es aún más importante, podemos hablar de una evolución de la “toma de conciencia” del espíritu dentro de esas formas.

Así podríamos decir que el mundo atómico no posee una conciencia que podamos percibir los seres humanos, no obstante incluso un átomo posee una serie de relaciones internas o leyes, una estructura determinada de la que de alguna forma es “consciente”, si se nos permite decirlo así. El átomo se conoce a sí mismo, es una especie de conciencia unidimensional o puntual. Esto es difícil de aceptar para una mente que sólo percibe el fenómeno de la conciencia como algo exclusivamente humano, pero si por conciencia (en latín cum-scire, con-saber) entendemos “darse cuenta”, “conocer”, entonces tendremos que aceptar que de alguna manera un átomo de Oxígeno “conoce” la presencia de, por ejemplo, un átomo de Hidrógeno, con el cual se combina. No es el conocimiento reflexivo humano, si no el implícito o auto programado en las leyes de la propia naturaleza.

El reino vegetal en su conjunto tampoco posee una clara expresión de conciencia individual, no obstante, aunque de forma lenta podemos observar en sus formas de crecimiento modificaciones de su extensión y cómo progresivamente aprende a conquistar la tierra fértil, algo que nos permitiría hablar de una conciencia relacionada sobre todo con las dos dimensiones o superficies o sea bidimensional.

El agua, que simboliza la vida y al mundo vegetal asiento de la vida básica, también se desliza claramente a través de las superficies, en sus leyes internas existe también un conocimiento o percepción de las superficies, a través de las cuales se expande.

El reino animal se caracteriza por un buen conocimiento de las tres dimensiones del espacio (o mejor dicho de la materia en el espacio). El espacio tridimensional es el hábitat natural de la conciencia animal, su espacio de conquista. Sin su conocimiento no sería posible la supervivencia animal, cazar, saltar, correr, volar, migrar, son actividades que dependen de un profundo conocimiento del espacio y de las tres dimensiones expresadas en los cuerpos existentes en el mismo. Este conocimiento de las tres dimensiones se acompaña del conocimiento de la “corporeidad”, del yo separado de los demás. Es en el animal donde aparecen los primeros signos de “egoísmo”.

Por último el Ser Humano aporta a la evolución un nuevo conocimiento, el del tiempo. De ahí la preocupación del hombre acerca del mismo y sus consecuencias, del ayer, del hoy y del mañana, y por tanto con ello nace el sufrimiento en su triple expresión, el sufrimiento como recuerdo, como presente y como miedo proyectado al futuro.

La conciencia del tiempo trae consigo también la preocupación acerca de la supervivencia del ser, no solo en el mañana inmediato, sino también más allá de la vida. La inmortalidad es un interrogante fundamental para el hombre, y todos los filósofos y pensadores humanos de todos los tiempos, han tratado de dar una respuesta, positiva o negativa, a este concepto.

Obviamente, dado que hay evolución, estas formas no son fijas y limitadas, sino que existen infinidad de relaciones complejas, que nos permite hablar de pasos intermedios en la conquista evolutiva de la conciencia.

Así por ejemplo, la “conciencia puntual y automática” del átomo se expande y acrecienta en sus combinaciones químicas con otros átomos, formando moléculas y sustancias orgánicas y compuestos minerales.

Los vegetales no sólo cubren la tierra, sino que aquellos más evolucionados se lanzan a la conquista de la tercera dimensión espacial a través de sus ramas, e incluso se dan casos como el de las plantas carnívoras en que hay una transición hacia el mundo animal.

Los animales más evolucionados se alejan del comportamiento instintivo para elaborar algunas formas mentales, y por ende un cierto conocimiento del tiempo en su sentido más abstracto, de tal manera que es posible para algunos animales evolucionados sentir la pérdida de los otros, la ausencia de sus amos e incluso su muerte.

Finalmente el hombre, con su mente superior, intenta explorar el terreno de lo desconocido, de las dimensiones espirituales más allá de las limitaciones del tiempo. Así, si bien el campo de aplicación de la mente del hombre vulgar se concentra en las manifestaciones concretas en el espacio y tiempo, el sabio explora la quintaesencia de la cosas, o sea su quinta dimensión.

Continuará

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viernes, marzo 10

LOS ELEMENTOS

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LOS ELEMENTOS

Desde que la Ciencia comenzó a desgranar las entrañas de la materia y a definir sus componentes, paso a paso fue dejando detrás los viejos conceptos alquimistas y filosóficos. Primero, se hicieron hipótesis sobre la existencia de pequeñas partículas, que luego identificaron de manera incierta con las que hoy llamamos moléculas y otros compuestos, para gradualmente, al paso que creaba instrumentos más refinados y sobre todo matemáticas aplicadas más certeras, discriminar entre moléculas, átomos, e incluso partículas subatómicas básicas, tales como el electrón, los protones y neutrones.

Este fue sólo un paso inicial, hasta llegar a la descripción de muchas otras partículas subatómicas, que poseen masa o no, que tienen carga eléctrica o no, que vehiculizan energías gravitacionales, que viajan aparentemente en los gráficos que describen sus evoluciones hacia delante o hacia atrás en la línea del tiempo, etc. etc.

Se aprendió también a liberar las fuerzas ocultas en el átomo, para luego encadenarlas en las manos sacrílegas de políticos ambiciosos y sin escrúpulos, que la utilizaron para ejercer su control y dominio sobre el mundo, consecuencia de la que ni siquiera hoy en día estamos a salvo.

El éxito material de la física moderna hizo que se despreciaran aquellos viejos conceptos de los Elementos, las Fuerzas Elementales clásicas, tildándolas de fantasías inútiles propias de viejos locos alquimistas. Ahora bien, nunca los viejos filósofos y sabios de la antigüedad pretendieron poseer conocimientos técnicos o científicos sobre la materia, sino que más bien lo que querían era adentrarse en el reconocimiento de los patrones fundamentales que conforman nuestro universo, tanto en el nivel físico, como también en la propia esencia mental y espiritual de esta creación, o sea en sus fuerzas sutiles, en su organización profunda de la que todos formamos parte.

Y para ello comenzaron, de alguna manera con algo parecido a lo que la Ciencia dice, explicando el origen como una especie de Big Bang metafísico. Es decir, desde lo Absoluto e Incognoscible, surge una primera manifestación simbolizada por un circulo sin límites, simultáneamente con la aparición de un diámetro doble, vertical y horizontal. O sea, la aparición de espacio y tiempo, arriba y abajo, denso y sutil, femenino y masculino, yin y yang.

En otras palabras, para los físicos el comienzo lo marca el debut de espacio y tiempo, y… nada más. El resto es el resultado de la evolución de esas fuerzas expresadas en el Universo hasta llegar al mismo hombre y los demás seres vivos. Sin embargo para la filosofía tradicional, ese primer comienzo es en realidad la aurora de un día repetido, que sigue a muchos otros días infinitos. El despliegue que se produce del Universo no sólo abarcaría el espacio y el tiempo, sino también otros planos metafísicos del Ser Uno, o Logos, o sea el Ser más allá de las apariencias materiales, y del cual el hombre también participa.

Se trata pues de un Universo infinito, en todos sus aspectos, pero en el que se manifiesta un mundo concreto y material, un universo que no tiene límites, pero que geométricamente se comporta como si fuese una esfera en la que cada punto es su centro al mismo tiempo. Pero ¿cómo puede relacionarse aquello que no tiene límites con las cosas que son limitadas?

Es la misma relación que existe entre un círculo infinito, y el diámetro concreto que se manifiesta en su interior, una relación insatisfecha, pues el diámetro se relaciona con el círculo por medio de un número infinito o inacabado: pi (π)

Esa relación insatisfecha está en el origen del movimiento, de la evolución que empuja la rueda de todo lo existente:

DIRECCIONES DEL ESPACIO y ELEMENTOS

La evolución es movimiento, en un espacio de infinitas dimensiones, pero en el que las cosas materiales manifiestas poseen frente a la percepción y conciencia humana sólo 3 dimensiones, además de un cuarto parámetro: el tiempo asociado a su percepción. Esto llevó a la síntesis de estas 4 realidades percibidas por el ser humano en una simbología asociada a las 4 direcciones del espacio.

Pero además, el filósofo distingue, además de esas dimensiones “percibidas” y horizontales, otras dimensiones metafísicas verticales. Ya no se trata de expresar el mundo material, sino el metafísico, de tal manera que las 4 características del espacio-tiempo, se convierten, sólo para el ser humano en su presente esquema evolutivo, en un Septenario a conquistar, a percibir plenamente, asumiendo su propia espiritualidad y plenitud.

Los Elementos clásicos, simbolizados en las 4 direcciones, en los 4 Elementos alquímicos, Tierra, Agua, Aire y Fuego, o mundo material, vida, psique y mundo mental, se amplían en lo metafísico con un quinto elemento que va más allá, y aún dos más por descubrir en el futuro de su propia evolución.

Continuará Los 4 Elementos en Egipto: El Templo de Kom Ombo

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viernes, marzo 3

LAS HUMANIDADES PREVIAS - 3

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DESCENSO DEL HOMBRE SEGÚN EL KANGYUR TIBETANO II

El Sutra budista, el Dulva que forma parte del Canon Budista, continúa narrando cómo el ser humano fue descendiendo, encarnando en formas cada vez más materiales, y continúa describiendo la constitución de las sociedades humanas, las castas, las ciudades y las casas, etc., en definitiva toda la sociedad como era entonces conocida, hasta la aparición del Buda.

Lo interesante es que asocia el texto el egoísmo humano, la aparición del mismo y su profundización, a la densificación material de su cuerpo, paralela a la pérdida de espiritualidad. Veamos pues su contenido, aunque no reproduciremos aquí todo sino sólo las partes fundamentales.

Entonces ocurrió que uno de estos seres, de naturaleza curiosa, probó el rocío con la punta de uno de sus dedos, de modo que desarrolló un gusto por él, y empezó a comer trozos de él como alimento. Otros seres lo vieron probando este rocío de manera que siguieron su ejemplo, y empezaron a comer trozos de él como alimento.

A partir del momento en que aquellos seres comieron el rocío como alimento, sus cuerpos se tornaron toscos y gordos; perdieron su brillo y hermosa apariencia, y la oscuridad cubrió la faz de la Tierra.

En el capítulo anterior esta humanidad en ciernes era descrita como “de cuerpos etéreos, libres de toda impureza. Sus facultades eran perfectas, eran sublimes en todas sus partes, de considerable belleza y agradable color. La luz procedía de sus cuerpos; se desplazaban a través del espacio y se alimentaban de alegría…”

La curiosidad, o sea el deseo de conocer y por ello de poseer, hace su primera aparición. Mientras que en los animales la curiosidad se extingue pronto, en el ser humano permanece hasta avanzada edad. Cuando todo te pertenece, cuando tú mismo eres todo, no necesitas nada, el deseo la necesidad de adquirir cosas, aunque solo sea mentalmente, es muestra de que se carece de algo, es en realidad la pérdida de la totalidad espiritual para encadenarse al conocimiento particular, es dejar de ser águila para volverse tortuga, proceso necesario para completar la propia perfección.

Por esta razón se crearon el Sol y la Luna; también nacieron las estrellas, como lo hicieran el día y la noche, los minutos, segundos, fracciones de segundo, meses y quincenas, las divisiones de tiempo y los años. Aquellos seres que se alimentaban del rocío vivieron grandes épocas durante un largo período de tiempo.

Los textos del Libro de Dzyan adjudican a las primeras humanidades, a su primer descenso a la manifestación física, a lo que llamaban los Chayas o sombras, unos largos periodos de vida. El tiempo evolutivo había comenzado, la manifestación periódica había dado una vez más sus primeros pasos silenciosos.

El aspecto de aquellos que comían poco de aquel rocío era claro, puro; mientras que el de aquellos que comían mucho de él era oscuro. Entonces, aquellos cuyo aspecto era claro dijeron a los otros: ¿Por qué, yo tengo un claro y delicado aspecto, y en cambio tú eres oscuro! Y así se establecieron las distinciones.

La diferenciación evolutiva comienza a actuar, la homogeneidad primera se va perdiendo gradualmente, el texto lo remarca a través de la descripción del tipo de alimento que ingerían y de las diferencias corporales que se iban estableciendo, al tiempo que esas mismas diferencias se hacían notar en lo moral.

Aquellos cuyo aspecto era claro estaban orgullosos de ello, y se volvieron pecadores y malvados, y entonces el rocío se desvaneció.

El texto relata la aparición posterior de una substancia segregada por la misma tierra (prithivî-parvataka) o sea la Montaña, especialmente del Himalaya, y Prithivi, la madre tierra.

Los textos de Dzyan hablan de una primera manifestación de estos seres en la Isla Sagrada, la tierra que nunca fue ni será sumergida, ni desaparecerá hasta el final de los tiempos, esa es precisamente prithivî-parvataka.

Luego se comenta en el Dulva de esta humanidad que “pervivieron en estado de gran esplendor durante un largo período de tiempo“.

Posteriormente se describen otros alimentos, que también desaparecen con el tiempo, y que también les hizo vivir durante largos periodos de tiempo, o sea se están describiendo auténticos periodos geológicos. Finalmente aparece un “arroz” especial:

…un arroz de crecimiento espontáneo, no tosco, sino limpio, sin películas, de unos cuatro dedos de longitud. Nunca hubo carencia de él; si era cortado durante la noche, había crecido de nuevo por la mañana; si era cortado por la mañana, había crecido de nuevo por la noche. Lo que era cortado crecía de nuevo, de modo que nunca se echaba en falta.

En el momento que comenzaron a alimentarse de aquel arroz, sus diferentes órganos empezaron a desarrollarse; algunos de ellos tenían los de los machos, y otros los de las hembras. Entonces se observaron, y concibieron el amor y, ardiendo en lujuria, acabaron por cometer fornicación.

Esta tercera etapa se caracteriza porque aparecen los órganos físicos a desarrollar, y aparece una diferenciación de los sexos, machos y hembras. En el Libro de tibetano de Dzyan se comenta que esta etapa de división de los sexos se caracterizó por el comienzo de la civilización y las primeras construcciones:

… estos seres pecaminosos estaban tan poseídos por los brazos de la maldad que comenzaron a construir casas. “Aquí”, dijeron, “podríamos hacer todo aquello que no nos está permitido”.

El texto continúa explicando que los seres humanos comenzaron a apropiarse del arroz no para su consumo del día, sino para semanas y meses, sin necesidad de ello.

…Y debido a que estos seres tomaron provisiones para almacenar de este arroz que crecía de forma espontánea, éste se tornó basto; una cáscara envolvió el grano, y una vez que había sido cortado no crecía de nuevo, sino que permanecía como se le había dejado.

Se organizan pues, y aparecen las sociedades tal como las conocemos hoy, con fronteras, propiedades, etc., y con el egoísmo que nos caracteriza:

Entonces estos seres se congregaron unidos en el dolor, la profunda pena, y la lamentación, y dijeron: “Señores, inicialmente teníamos cuerpos etéreos, libres de toda impureza, de perfectas facultades, etc, etc, … Dejadnos ahora dibujar líneas de demarcación y establecer fronteras entre las propiedades de cada uno.” Y así dibujaron líneas de demarcación y establecieron fronteras. –“Esto es tuyo” – “Esto es mío”, dijeron.

El robo, las disputas aparecen, la imposición de un orden, las leyes, los reyes, las castas, etc. Lo que el mismo Buda nos relata es por tanto no sólo un eco del conocimiento ancestral sobre el origen del hombre, sino sobre todo asocia de manera clara el comportamiento humano, su egoísmo progresivo, con la transformación corporal, que corre paralela con la de la misma Tierra, el cuerpo donde vivimos.

Como decíamos al principio de esta serie, las llamadas Estancias de Dzyan, quizás una de los escritos más antiguos del mundo, anterior a los propios Vedas hindúes, han permanecido y permanecen en su mayor parte bajo llave. El siglo XIX fue testigo de la aparición por primera vez de fragmentos de dicho tesoro arcaico, copia de los mismos, elaborada por H. P. Blavatsky se guardan en la bóveda especial antibombas del British Museum. El budismo tibetano de hoy, así como el hinayana del sur de Asia, ignoran esta tradición del Libro de Dzyan, pero para los que han leído sus contenidos podrán ver que hay un eco de los mismos en sus propios textos canónicos como el Vinaya, en el quinto libro, “Dulva”, del Kangyur tibetano.


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LOS PEQUEÑOS GURÚS Y LA COMPASIÓN

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Los Pequeños Gurús y la Compasión

Es política tradicional en el oriente el desprecio por los pequeños gurús, es decir por aquellos que adoptan la posición de maestros de otros, cuando en realidad ni saben ni han seguido el camino para ser lo que predican.

El camino comienza y transita a través de dos ejes fundamentales: la compasión en la multitud y el trabajo interior en la soledad. Son dos caminos complementarios, al final de los cuales existe solo una cosa, pues compasión es también el trabajo interior que se hace con vistas a superarse uno mismo para ayudar mejor a los otros, y por otro lado la ayuda a los demás es más efectiva cuando se hace desde la visión que da la soledad interior en medio de la gente, soledad profunda que permite ver más allá de las necesidades aparentes del ser humano y, por consiguiente, encontrar cuál es la mejor forma de ayudar a los demás: aquello que va directo al corazón interno y que impulsa a la liberación.

El mismo Buda planteaba 4 situaciones, la de aquellos que se volcaban en la compasión hacia los demás mientras que se olvidaban de sí mismos; los que ni ayudaban a los demás ni a sí mismos; los que se dedicaban al desarrollo interior pero se olvidaban de los demás; y finalmente los que unían a una acción exterior compasiva hacia los demás una dedicación simultánea e interna al propio desarrollo.

Evidentemente los seres perfectos unirían una acción compasiva externa y una meditación interna provechosa. Sin embargo, el Buda también consideraba que una meditación profunda y un trabajo interior por sí solo era bueno, siempre que se hiciese con la intención perfecta de ayudar a los demás.

En otras palabras, de la riqueza interior, si no está plagada de egoísmo, surge la abundancia que se derrama sobre los demás. Dice un viejo dicho “la caridad bien entendida empieza por uno mismo”, porque no se puede dar lo que no se tiene.

El pequeño maestro se acobarda ante la inmensa tarea de enseñar a otros, y no siendo capaz de enfrentarla, solo tiene dos opciones: o reconocer su impotencia humildemente y retirarse, o, lo más frecuente, llevado por la vanidad, buscar excusas para no enseñar lo que se le transmitió e inventar así nuevas enseñanzas surgidas de su propio cerebro torturado.

Sin embargo, la tradición escolástica de siglos, seguida por todos los grandes maestros, ha sido precisamente el comentario y la aclaración de las enseñanzas recibidas, no la adición personal caprichosa o vanidosa de nuevas ideas que no estaban en la enseñanza original. Pero ese trabajo es el fruto de horas de esfuerzo y meditación sobre esas enseñanzas, de preocupación no sólo por entender sino plantearse cómo explicar a otros las maravillas que uno encuentra, cómo compartir en definitiva; y entonces, llevados de esa compasión, del deseo ardiente de buscar el beneficio no sólo para uno mismo sino para los demás, surge el trabajo externo de quien enseña.

En algún momento, en algún lugar, por primera vez en esta cadena de existencias humanas, alguien se acercó humildemente para escuchar atentamente las enseñanzas de un maestro, pues en eso consiste todo. Y las llevó en su corazón, y por eso mismo las practicó, y luego encontró otros seres humanos que no la habían escuchado, y se propuso, tras largas horas de meditación y trabajo interior, compartir lo que sabía.

No era importante darlas junto a un río, o en la sombra de un bosque, ni en una ciudad moderna, ni en los desiertos, ni se organizaba festejos culturales, ni actividades sin sentido, aunque apreciadas por el mundo externo, sino que lo importante era trabajar primero en uno mismo, para estar preparado para darlo todo. Lee pues lo que te han dado, minuciosamente, busca en sus entrañas el significado, medita sobre lo aprendido, y luego con muchísima humildad repite lo que te han enseñado.

viernes, febrero 24

LAS HUMANIDADES PREVIAS - 2

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DESCENSO DEL HOMBRE SEGÚN EL KANGYUR TIBETANO I

Resumiendo el anterior artículo, los registros ancestrales del llamado Libro de Dzyan hablan de una Oleada de Vida, que llega a su etapa humana actual a través de un largo y complejo peregrinar previo. Dicha oleada cuando comienza a manifestarse en nuestro planeta como seres humanos lo hace a través de un proceso gradual de manifestación desde lo sutil hasta lo físico denso.

Paralelo a dicho proceso humano, también la Tierra fue conformándose poco a poco tal como la conocemos, y el magma líquido original fue endureciéndose dando origen a la corteza terrestre y tomando forma las placas continentales.

Todo el conjunto de éstos mecanismos fueron descrito en los comentarios a dicho Libro de Dzyan realizado por ciertos Maestros a través de su comunicación y enseñanzas con algunos corresponsales europeos durante el siglo XIX, y posteriormente por medio de la síntesis llevada a cabo por H.P. Blavatsky. A través de ello pudo conocerse en Occidente y en todo el mundo esta antigua tradición hasta entonces mantenida en secreto. En su obra principal, “La Doctrina Secreta”, se detalla esta evolución humana y cósmica, con comentarios a las estrofas del Libro de Dzyan agrupados en dos áreas fundamentales, Antropogénesis y Cosmogénesis.

Pero como se apuntó en el artículo anterior, para el buddhismo exotérico del siglo XX, tanto de las escuelas hinayana como las del mahayana, aunque encuentran inspiradora dicha obra, no conectan dichas enseñanzas con su doctrina.

Sin embargo el mismo Buddha apuntaba a la existencia de una llamada “Doctrina del Corazón”, o doctrina interna y secreta sólo transmitida a algunos discípulos. Precisamente encontramos rastros de dicha doctrina interna en el Dulva o Vinaya (la más confiable y probablemente la porción más antigua del Kangyur), y que forma parte del canon buddhista tibetano conocido como “La Traducción de la Palabra (del Buddha)” (Kangyur), que consta de 108 volúmenes. Veamos parte de su contenido, donde el mismo Buddha relata en su comienzo la aparición del hombre en la tierra y posteriormente su propio nacimiento y vida.

Historia del Mundo desde el tiempo de su renovación hasta el Reino de Suddhodana, el padre de Buddha.

En aquellos tiempos cuando el mundo fue destruido, muchos de sus habitantes nacieron en la región de los devas ābhāsvara, y allí albergaban cuerpos etéreos, libres de toda impureza. Sus facultades eran perfectas, eran sublimes en todas sus partes, de considerable belleza y agradable color. La luz procedía de sus cuerpos; se desplazaban a través del espacio y se alimentaban de alegría, y pervivieron en estado durante un largo período de tiempo…

Comentarios: Este relato comienza en un mundo inmediatamente posterior a un periodo de adormecimiento del mundo, o destrucción, llamado “pralaya”. Los “devas” es una palabra genérica cuyo significado puede traducirse por espíritus, dioses, etc. Se refiere a las almas humanas, habitando lo que se llama el “deva-kan”, el lugar donde la mayoría de las almas van postmortem, donde las aspiraciones nobles y profundas tienen la oportunidad de desarrollarse. Se corresponde a la creencia cristiana en un Cielo, pero con la diferencia que para los buddhistas e hindúes en general es sólo un estado transitorio e intermedio, antes de volver a manifestarse reencarnado el el mundo. Si el ser humano no desarrolla ninguna aspiración metafísica, ningún impulso de bondad, de idealismo, de caridad, etc., no hay nada que pueda desarrollar o recibir, o disfrutar en ese devakan. Nosotros construimos nuestro propio descanso. En ese caso, según las creencias orientales, cuando no se ha construido nada espiritual ni moral durante la vida, el alma se encamina sin apenas interrupción a su nueva manifestación, problematizada, llena de deseos y pasiones, sin haberse purificado en devakan, y lógicamente naciendo con tendencias nada saludables.

La clase de devas, los “ābhāsvara” se suele describir en el hinduismo como una hueste de dioses menores acompañantes de Shiva, o bien a Ganesha, dios de la sabiduría y la inteligencia. Estos ābhāsvaras son también llamados los dioses gana, de donde deriva el nombre del dios elefante Ganesha. Lo interesante es que ese nombre, ābhāsvara tiene otros significados: resplandecientes, y también “apariencia”, “fantasma”, “irreales”.

Este colectivo de almas, que se manifestará en la Tierra como seres humanos en el siguiente Manvántara (Manú-antara, entre dos Manús, siendo Manú el rector de cada ciclo de la humanidad) o ciclo de manifestación, permanecen en un estado “llenos de alegría” y “libres de impurezas”, porque representa la parte más noble, limpia, e idealista de nosotros mismos, no el ser problematizado que somos la mayoría de los seres humanos. Somos nosotros mismos liberados de todo el barro que nos cubre.

Mientras tanto este gran planeta Tierra se mezcló con las aguas y las poderosas profundidades. Entonces, sobre la faz de la gran Tierra, de las aguas y los océanos que se habían entremezclado, sopló un viento que solidificó y concentró aquella rica superficie (lit. crema); al igual que el viento cuando sopla sobre la superficie de la leche hirviendo que se está cocinando, solidifica y concentra la crema, así también hizo este viento soplando sobre la superficie de la Tierra, del agua y de los océanos que se habían entremezclado, solidificándolo y coagulándolo.

Comentario: La Tierra también se encontraba entonces en un estado semilíquido, y se preparaba después del periodo de descanso para albergar de nuevo la vida. Las aguas y océanos estaban mezclados:

En la Biblia: “E hizo Dios la expansión (el firmamento) y separó las aguas que estaban debajo de la expansión de las aguas que estaban sobre la expansión.”

“Soplaba un viento sobre su superficie” dice el texto budista, lo que la Biblia describe así:

“La tierra estaba informe y vacía, la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios (Ruah o Ruh) se cernía sobre la faz de las aguas” (Génesis I,2)

Lo que se traduce usualmente por “espíritu” en el texto original es Ruah, o sea el aliento, o viento, o soplo. O sea, en este caso las leyes superiores que llevan a su conclusión y evolución nuestro planeta, la Ley de Necesidad.

Así la Tierra se organiza y se solidifica (coagula) se separan las aguas y las tierras, y permite la aparición de la vida humana, vegetal y animal.

Este rocío (lit. savia de la Tierra, “prithivî-rasa”) era de un exquisito color, de delicioso sabor, agradable fragancia, de un color como el de la manteca, y sabor al de la miel silvestre.

En esta época en que el Mundo se formó, algunos de los seres de aquella región de los devas Âbhâsvara, habían cumplido el tiempo que se les había sido asignado, dignos de sus buenos trabajos, quedando exhaustos; de modo que abandonaron aquella vida y se convirtieron en hombres, pero con atributos similares a aquellos que habían poseído anteriormente.

Comentario: Tras agotarse el impulso espiritual acumulado, las almas se preparan para encarnar de nuevo. En este caso no se trata de una en particular, sino toda la Ola de Vida que va a formar la presente Humanidad en la Tierra.

“Con atributos similares”, esta frase se refiere al karma específico de cada uno, se trata de una continuación de las vidas anteriores, por consiguiente no hay nuevos méritos, sino sólo aquello que se ha logrado construir en pasadas encarnaciones, y que a partir de ahora tendrán que volver a desarrollar, continuando en esta nueva etapa.

En aquel período no había ni Sol ni Luna en el Mundo; no existían las estrellas en el Mundo, ni había días y noches, ni minutos, ni segundos, o fracciones de segundo; no había meses, quincenas, ningún período de tiempo, ni años: no había varones y hembras; sólo existían seres animados.

(Brahma, la divinidad creadora escondido en el Hyraniagharba, el huevo dorado antes de la creación)

En el seno de la oscuridad, de la no manifestación, del Pralaya, todo permanece quiescente, es un estado de espera y expectación inmediato a la aparición de todo el drama que se va a desarrollar. En el Rig Veda, quizás la literatura más antigua de toda la Humanidad, se describe un momento parecido, anterior a la manifestación del mundo, con la única diferencia de que en esta etapa que el texto del Dulva comenta sí existen seres animados, pero en un estado de suspensión en su manifestación:

No había inexistencia ni existencia, entonces.
No existía la atmósfera ni el cielo que está más allá.
¿Qué estaba oculto? ¿Dónde? ¿Protegido por quién?
¿Había un abismo insondable y profundo allí?

No había muerte ni inmortalidad entonces.
Ningún signo distinguía la noche del día.
El Uno respiraba sin aliento, por su propio poder.
Más allá de eso nada existía…
(Rig Veda, Himno de la Creación)

Continuará


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