estado de degeneración progresiva del cerebro, que conduce a la pérdida irremediable de la memoria. Las causas son desconocidas, y probablemente los factores que la influencian son múltiples: la cada vez más avanzada edad de la población, quizá algún tipo de virus, factores genéticos, elementos tóxicos o polucionantes, etc.
Cabría también preguntarse por otros aspectos no bien considerados por la ciencia: por ejemplo, la posible influencia de los muchos medicamentos que innecesariamente se utilizan hoy.
Todos sabemos que los medicamentos poseen efectos secundarios en múltiples órganos. Pero escasamente en la literatura médica se menciona las acciones de estos medicamentos sobre el tejido cerebral. Y mucho menos aún los efectos secundarios a largo plazo sobre los tejidos nerviosos producido por los medicamentos psiquiátricos. De hecho, entre los antecedentes de muchas personas que padecen Alzheimer, hay periodos previos de intensa depresión tratada con antidepresivos.
También cabe preguntarse acerca de la influencia no solo de la edad, sino del desuso de la mente o el uso rutinario de la misma. Todos sabemos que los órganos que no se utilizan se atrofian, ¿no podría ocurrir lo mismo con nuestro cerebro? De hecho, una de las características de muchas personas adultas es la falta de interés por todo, llevando a menudo una vida vegetativa, sin interés por la literatura, por las artes, o simplemente por estudiar.
Desgraciadamente hoy las personas mayores han sido desplazadas del centro de la vida. En el pasado nuestros mayores eran el ejemplo a seguir, los portadores e instructores de los valores a transmitir a las nuevas generaciones, eran los sabios pues eran el resultado maduro de una vida de experiencias que había que aprovechar. Por eso se crearon instituciones como los Senados, palabra que originariamente significaba el consejo de los ancianos.
Dado que nuestra civilización solo mide al hombre por su capacidad económica y de producir bienes materiales, el anciano no posee hoy en día valor alguno, es más, es una carga para toda la familia y el Estado. Esta es la realidad. Y el hombre viejo, siente que no tiene ya misión alguna en el mundo, se le ha repetido hasta la saciedad que el objetivo final de todos los años de trabajo es descansar, pero ¿descansar de qué?, como si la vida laboral produjera un cansancio infinito que no puede ser remediado con unas horas de sueño y descanso, sino que necesitase años de inactividad.
Obviamente, el anciano se desentiende poco a poco del mundo que le rodea, sus conversaciones y circulo de amigos se reducen cada vez más, hasta llegar a un conjunto mínimo de ideas circulares, simples y repetidas. Pierde confianza en si mismo debido a sus limitaciones físicas, pero sobre todo por sus limitaciones psicológicas: se le considera un inútil mental, porque no es capaz, por ejemplo, de manejar un computador, y por otro lado sus opiniones acerca de la vida son consideradas sin valor. Su cerebro, entonces, se paraliza, se desgasta, no hay nada que pensar, y mejor es cerrar los ojos...
Los hemos condenado a una eutanasia lenta, social y mental. Criticamos a algunos pueblos antiguos porque aplicaban la eutanasia con sus viejos, pero a veces cabría preguntarse si eran más compasivos que nosotros.
Evidentemente, para cambiar esta situación se necesita un cambio de escenario, muchas cosas tendrían que cambiar para que los ancianos vuelvan a tener un valor en nuestra sociedad. Mientras tanto el Alzheimer y la indiferencia hacia nuestros mayores crecerá, olvidando que seremos nosotros mismos las víctimas dentro de unos años. ¿Cómo prepararse pues?:
Tratando de llevar una vida activa, cultivando los valores espirituales, el arte, la música, la lectura, las buenas amistades, y no el compañerismo de los amigotes del trabajo, sino las amistades y relaciones basadas en valores altos, porque siempre así tendremos ocasión de hablar, de pensar y de comunicar. Hay que cultivar el auténtico amor por la filosofía, o amor por la sabiduría, pues como Platón proponía, precisamente los ancianos son los que deberían dedicarse a la filosofía de pleno.
Y si aún así llevas la maldición en tus genes, entonces al menos no pierdas la memoria de ti mismo hasta el último momento, porque si olvidas un numero de teléfono, o el nombre de alguien, eso no tiene tanta importancia como olvidarse del propio ser interior. Si lo contemplamos desde este punto de vista, desgraciadamente tendremos que reconocer que hay muchas menos personas que sufren de Alzheimer físico que las que sufren de Alzheimer espiritual. Y esto, querido amigo, esto es mucho más terrible.