Los procesos históricos nos aparecen como inexplicables y caprichosos, como si fuesen las fibras retorcidas de un tejido caótico e incomprensible. Pero si tomamos la suficiente distancia, psicológica y temporal, descubrimos entonces que esa maraña de hilos forman parte de una fibra, que unidas a otras conforman una cuerda trenzada que se extiende a lo largo de los siglos en una cierta dirección.
También la vida de un hombre cualesquiera, nuestra propia experiencia humana, se nos aparece a veces caótica, sin sentido, un acontecimiento detrás del otro, golpes inesperados, triunfos inmerecidos, pérdidas irreemplazables... un caos para los sentidos. Pero si tomamos de nuevo distancia observaremos que hay una continuidad, un hilo que traspasa nuestras vidas, un algo constante que siempre nos empuja, a nuestro pesar a veces, en la misma dirección. Entonces la contemplación del curso vital adquiere significado. De esta manera recordaremos aquél libro fundamental que influenció nuestra juventud, o aquella charla que tanto nos hizo meditar, o aquella otra experiencia que nos marcó, etc., etc. Son hitos en nuestra historia personal que extrañamente, al unirlos, marcan una linea recta que apuntan a algo indefinible, algo que nos espera...
Esa característica del desarrollo humano y de la humanidad en su conjunto, es un proceso en etapas. Así el niño explora a través de los juegos y de la educación que recibe en sus primeros años lo que luego se desarrollará plenamente en la edad adulta. De la misma manera el desarrollo de la Humanidad se lleva a cabo en pequeñas etapas, primero a pequeña escala y luego generalizando esa experiencia, llegando a afectar a todo el genero humano, de esa manera el proceso civilizatorio se va desplazando de una civilización a otra, de una época histórica a otra.
Tres hombres históricos y tres momentos en la historia forman un perfecto ejemplo de lo anteriormente señalado: Platón, Aristóteles y Alejandro el Grande. Tres personajes que afectaron profundamente la historia y las creencias. No es este el lugar para hacer una biografía y análisis de la obra de estos tres genios, pero al menos trataremos de dar algunas claves fundamentales.
Sobre Platón alguien señaló en cierta ocasión que la historia del pensamiento occidental no es mas que el desarrollo de lo que Platón escribió y los comentarios posteriores a su obra, a favor o en contra. Quizás es una exageración, pero ilustra bastante bien la posición tan importante que Platón tiene en la filosofía occidental. Iniciado en los misterios de Eleusis, heredero por tanto de muy antiguas tradiciones iniciáticas y al mismo tiempo discípulo moral de Sócrates, Platón combina en sí mismo la tarea del pensador, del político y del buscador infatigable de la sabiduría: sabido es que empleó una gran fortuna en conseguir los textos de Pitágoras y que utilizó todos sus medios personales para poder viajar a Egipto, donde recibió los elementos de la sabiduría antigua de Egipto. El representa pues la Tradición en toda su esencia.
Aristóteles fue estudiante de Platón, aunque no su discípulo, porque si bien recibió de él muchas enseñanzas, nunca estuvo a la altura del genio idealista de Platón. Fue un hombre brillante como pocos, pero que carecía de la altura espiritual de su maestro, volcó su ímpetu filosófico en la exploración material del mundo, en su análisis y disección, facilitando los fundamentos de la exploración científica. Su influencia posterior en la Ciencia fue enorme. También fue el educador de Alejandro, pero otra vez su ceguera para las grandes ideas universales, le privó de participar en el gran proyecto de Alejandro. Aristóteles sentía un profundo disgusto por la idea de unir la cultura griega a las culturas "bárbaras".
Alejandro, de quien mucho puede decirse y discutirse, vino a este mundo con una clara idea desde el comienzo: la búsqueda de la gloria llevando a cabo su destino, la búsqueda de un ideal de civilización universal a través de la unión del Oriente y el Occidente. En Alejandro es el viento de la historia quien se manifiesta, el hombre que cambia el mundo por medio de su acción, en él vemos la impulsividad e intuición que llega hasta la esencia de las cosas, no para contemplarlas, sino para partiendo de ahí modificar el mundo.
Visión, análisis y acción, tres formas de existencia, tres épocas, y tres experiencias de alguna manera unidas en la historia. Estas tres formas representan también tres estados sucesivos en el quehacer humano. Y esta experiencia, amplificada se refleja en tres épocas históricas: el mundo clásico, el mundo moderno, y el mundo del futuro.
Las noticias diarias nos traen imágenes de destrucción, de convulsiones, de guerras, pero si nos alejamos suficientemente, si vemos las cosas con perspectiva adecuada, todo ello no es mas que los dolores de parto de un mundo nuevo. Las civilizaciones se cruzan, pelean, pero al final ninguna saldrá victoriosa, porque de su encuentro surgirá algo totalmente nuevo, algo con un poco de lo uno y un poco de lo otro, como un niño que en su cara refleja los rasgos de su madre y de su padre.
Después de la época clásica, cuyo fin podríamos situar al final de la caída del imperio romano, viene un periodo intermedio, la llamada Edad Media. Después resurgió de nuevo el aristotelismo a través de Santo Tomás de Aquino y el escolasticismo medieval y luego, tras su paso por el Renacimiento, poco a poco el análisis y la razón fue modelando de nuevo el mundo, alcanzándose así en los últimos siglos las cumbres del conocimiento científico y también del materialismo...
Lo que caracteriza nuestra época es la descomposición de las ideas, de los proyectos; las pulsiones erráticas de los diversos grupos no apuntan ya a una unidad de criterio o a unos objetivos comunes a alcanzar. La división es la norma, ni incluso el ideal de una Europa Unida atrae ya a las nuevas generaciones, los particularismos medievales afloran, lo local tiene más importancia que lo global. Ya no basta con tener ideas diferentes, sino que hay que imponerlas como sea a los demás, se empieza a regular el pensamiento, y las nuevas inquisiciones ideológicas hacen su aparición. Parece pues que durante un periodo más menos largo la Edad Media se enseñoreará de nuevo por todos lados. Aunque no será lo mismo, no habrá caballeros andantes, ni dragones, ni leyendas artúricas, más bien grupos vociferantes, especies milenaristas, que impondrán a los demás su visión particular del mundo.
Sin embargo, al final de este periodo confuso se vislumbrará otro bien diferente, el periodo "Alejandro", si se me permite la alegoría. Será el mundo de la síntesis, de la intuición que con su visión directa superará el simple análisis racionalista, será de nuevo el momento de las grandes empresas, que esta vez fructificarán en un Mundo Nuevo, en un Nuevo Orden Humanista, donde Oriente y Occidente, Norte y Sur, aportarán lo mejor de sí mismos, donde las diferencias entre los seres humanos sólo sean matices de la inmensa riqueza que poseemos. Y ahora, lo más importante, ya no se será un Renacimiento local, limitado a una época y cultura muy concreta, sino que su tamaño será mundial, universal en su más amplio sentido.
En nuestras manos está trabajar inútilmente para el ayer o para el hoy confuso que se hunde, o quizás trabajar para el mañana que amanece, que aún está lejos, pero que inexorablemente avanza. Tenemos que vencer las fuerzas que nos dispersan, que nos invaden llenas de ruido mediático, que nos incitan al odio desmedido, a la intolerancia, a la división infinita propia de la época oscura, para ir hacia una síntesis intuitiva, a la aceptación del otro sin renunciar a uno mismo. No podemos perder el tiempo parcheando esta casa que se hunde día a día, no merece sostener los cimientos que se hunden, y que cuanto más duren más daño harán, no perdamos energía en esta vieja y corrupta casa, no participemos en sus juegos ilusorios, no sigamos sus opiniones dirigidas, no atendamos a sus voceros pagados ni a sus sirenas publicitarias, ignoremos todo eso y construyamos los cimientos de un Mundo Nuevo y Mejor. Esa es la tarea de los idealistas de todo el mundo.