martes, abril 7

Siete Claves para Superar la Crisis y No Morir en el Intento 04 - Clave 3: Capacidad de Resurrección

Siete Claves para Superar la Crisis y No Morir en el Intento IV

Clave 3: Capacidad de Resurrección


En las dos claves anteriores hemos hablado primero de identificar el ser interior, cambiando así la consideración que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, o sea cambiar nuestra perspectiva, y en segundo lugar sabiendo qué cosas depende de uno mismo y cuáles no, enfrentar la batalla de la vida y sus desgracias de la única forma posible: como un guerrero/a, sabiendo que siempre hemos sido, somos y seremos, aprendiendo a “disfrutar” esta batalla continua que es la vida humana, que antes que nada es una batalla interior, una batalla para no torcerse y volverse egoísta, mentiroso, cobarde y malo en definitiva.

Pero inevitablemente estamos sujetos a ciclos,  día y noche, sueño y vigilia, juventud, madurez, vejez...y muerte.

Todo en la naturaleza apunta a ciclos infinitos: degradación y reconstrucción, masa y energía intercambiada, las órbitas planetarias, el ciclo de krebs en fisiología, la inspiración y espiración, los orbitales atómicos, la floración y la caída otoñal de las hojas, la primavera e invierno, y así de manera infinita se repiten una y otra vez los ciclos, como la muerte y la resurrección.

Haz el intento, trata de buscar algo que permanezca siempre igual, o que persista en una sola dirección su movimiento, o que imperturbable esté exento de la influencia del tiempo, una sola cosa por favor. Como verás, incluso la estupidez humana no es permanente ni infinita, aunque a veces se pueda pensar lo contrario, todo llega a su fin o se transmuta en algo diferente. Observa que en ti mismo nada permanece igual, y que también los ciclos se manifiestan, no sólo con los cambios de la edad, cambios hormonales, circadianos, etc., sino también en los ciclos anímicos o estados de ánimo.


¿Por qué vida y muerte tienen que ser diferente? Decía Platón que los vivos vienen de los muertos, y aunque quizás no sepamos exactamente a qué se refería, como regla general podemos entender que todo se transforma y que de la misma manera que entendemos claramente que la vida no es eterna, también podemos concebir que la muerte no es eterna.

En el Antiguo Egipto el dios Osiris representaba precisamente esa idea. Era aquél que había resucitado, tras pasar por todo el proceso de la muerte y momificación. A lo largo de toda la historia de Egipto, su simbolismo representó para todos los seres humanos la capacidad de renovación, de volver a vivir, como las mismas aguas del Nilo, que  regresaban una y otra vez para regar los márgenes sedientos del desierto haciendo que la vida floreciera de nuevo.

Pero nadie puede resucitar si primero no ha muerto... 

Hay que saber morir, o sea dejar lo anterior detrás, romper los viejos moldes, ser capaz de renovarse, no repetir los mismos errores, no repetir las mismas palabras.

“Esto es lo que aprendí anoche, escuchadme al menos. Osiris fue durante milenios el símbolo para nuestro pueblo de la resurrección y de la regeneración. Tenemos que hacer como nuestros padres, preparar nuestra muerte, preparar nuestra tumba, para poder resucitar... Hay que rescatar lo mejor de nuestro pueblo, lo mejor del pasado, acumular todo lo bueno al tiempo que luchamos contra el tirano.
Hay que recoger los textos sagrados, los elementos válidos del pasado. Hay que preparar en este lugar, una suerte de fortaleza aislada de los embates del tiempo en medio del desierto, donde todos los precursores han anunciado la llegada de un mundo nuevo. 
Mientras tanto hay que continuar viviendo, agotando la vida que se tiene, alegres y confiados y al mismo tiempo sin dejar de preparar la muerte, aunque riamos bajo los rayos del sol. Tomemos su ejemplo, mientras trabajamos alegres, recojamos lo mejor, tomemos lo que quedó detrás de los siglos torturados que nos han precedido, hagamos un hueco en nuestra tumba-fortaleza para poner una estatua de Hathor la bella, también pongamos dentro los textos del sabio Ptahotep y los textos sagrados de la humanidad, quizá también deberíamos adornar los corredores con frescos como los que pintaron sobre las paredes nuestros ancestros, sin olvidar en las partes más recónditas algunos textos de Plotino, el sabio de Assiut, guardemos las leyendas de las Mil y Una Noches y las historia del gran caballero Salah El Din. 
Recordemos a Ramsés y a Imhotep, y preservemos en el interior quién sabe si una copia de los Vedas, o una pequeña reproducción de la biblioteca de Alejandría, depositemos también en un arca dorada el Corán generoso, la Biblia, el Libro de la Salida del Alma a la Luz del Día... todo depende de seleccionar lo esencial, aunque no siempre coincidiremos. ¡Ojo, no hay sitio para todo!, lo que escojamos tiene que haber probado que sabe perdurar. Hay que llevar también presentes a los dioses, tendremos que echarnos a los bolsillos algo de mística, algún elemento moral que puedan llevarse a la boca los Señores del Destino. Y claro, hay tantos dioses como seres humanos, no todos van a querer lo mismo, así que tendremos que llevar cosas como Maat, la justicia y la verdad, cosas simples, rectas y honestas, un poco de generosidad y unas cuantas perlas de decencia, pero cultivadas en la concha del respeto y la honradez y no en los genitales…”
[Los 7 Pasos de Osiris - Juan Martín]

Y esta es la clave de la resurrección: dejemos detrás todo lo inservible y guardemos los tesoros del alma, lo demás debe quedar para el olvido, pues si no eres capaz de renunciar a tu vida pasada, no podrás acceder a la Vida del Eterno Presente, Aquí y Ahora. 

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