viernes, abril 24

Placer, Dolor y Felicidad

Placer, Dolor y Felicidad

Hay cosas que son y cosas que parecen que son.

También hay épocas de ilusión, de movimiento ascendente, de energía que arrastra y excita a todos los componentes de la sociedad haciendo que surja lo mejor de sí misma. Parece entonces que todos los obstáculos pueden vencerse y que podría encontrarse soluciones nuevas y refrescantes a los insolubles problemas de siempre. Ésta fue la época de los Descubrimientos, de las Conquistas, del Renacimiento material y espiritual. 

Como ondas reflejadas en las aguas corrientes del tiempo su influencia se dejó sentir por largo tiempo, y aunque ahogada por el materialismo científico y doctrinario de los siglos siguientes, resonó de nuevo en los pequeños ecos distorsionados de los años sesenta del siglo pasado, donde todavía se creía que el hombre no sólo llegaría a la luna sino que también crearía numerosas colonias espaciales. 

Esa fue la época del cambio artístico, de nuevos aires en la música, en la arquitectura y en la tecnología. Se creía que las enfermedades desaparecerían una tras otra gracias a los antibióticos y las vacunas. Las películas nos mostraban entonces un futuro de odiseas espaciales, con sociedades gobernadas por consejos de sabios, y exploradores del espacio remoto e infinito vestidos de blanco impoluto. La tecnología nos llevó a creer en un nuevo amanecer, fueron los comienzos de la llamada era de Acuario. 

Pero de nuevo, como en la época anterior del Renacimiento, esas aspiraciones de un mundo nuevo, que contenía también elementos espirituales, se vio castrada por una tendencia materialista que fijaba los objetivos en la renta per cápita, en la economía global, en el número de frigoríficos y televisores y el acceso a coches y viajes vacacionales. 

Los tecnócratas nos hicieron creer que la economía global haría que desapareciese el hambre. El materialismo creciente hizo que los gobiernos cada vez más se convirtiesen en consejos económicos de dirección, mientras que el humanismo y la filosofía fueron dejados de lado, al tiempo que los sentimientos religiosos de cualquier tipo fueron relegados cuando no pisoteados porque era propio de antiguos. Así poco a poco comenzó dar vergüenza comunicar a otros las propias creencias e intuiciones espirituales, como si de algo pecaminoso se tratase. Sin embargo hablar de sexo, violencia, asesinatos y prostitución se volvió la norma hasta en los programas televisivos y en el cine.

Entonces qué parámetros utilizamos para medir la felicidad humana. ¿La simple prolongación de la vida humana aunque sea una vida sin sentido ni ilusiones? ¿Un cierto nivel de renta per cápita acaso? ¿El número de erecciones por semana? En cierto experimento con ratas, colocaron electrodos en el cerebro, en áreas relacionadas con el placer; las ratas dejaban de comer, olvidaban todo lo demás y de manera obsesiva presionaban una y otra vez la palanquita que estimulaba el centro del placer. Hedonismo en su más pura y simple expresión. Finalmente morían exhaustas.

Según estos estudios, el Buda estaría equivocado, y con él todos los filósofos que a través de la historia han buscado la razón y causas del dolor humano. La solución sería bien simple, aplicar electrodos a todo el mundo y con un simple botón en el bolsillo suministrar la descarga apropiada. La humanidad será finalmente feliz, aunque el consumo de pañuelos de mano y servilletas aumentará ante una masa babeante de zombis.


La OMS dijo que cerca de 800.000 personas mueren por suicidio cada año, más que quienes mueren por malaria, cáncer de seno o por la guerra o los homicidios, y lo calificó como un “problema grave de salud pública mundial”. Pero además el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años, después de los accidentes de tráfico, y desde cierto punto de vista estos últimos en muchos casos son también una forma velada de suicidio. 

¿Y qué conduce al suicidio? Muchas razones, pero finalmente es la falta de esperanza de poder aliviar el dolor y el sufrimiento propio, o sea la incapacidad de buscar la paz y serenidad que permita emprender de nuevo la vida y corregir los errores. 

Ciertamente buscamos la felicidad, pero ¿cómo la definimos? ¿Es el placer incesante?, ¿La paz de los muertos? ¿O quizás es la serenidad y la paz que surgen de saber que hemos cumplido con nuestro deber para con nosotros y para con los demás, y para con ese huérfano infinito del que pocos se ocupan: la Humanidad?

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