lunes, noviembre 29

¿Es que acaso yo fui una piedra o un animal?

 ¿Es que acaso yo fui una piedra o un animal?

Una y otra vez he crecido como el pasto.
He experimentado setecientos setenta moldes,
perecí como mineral y fui vegetal,
muerto como vegetal me convertí en animal,
partí del animal y me volví un hombre.
Entonces,
¿Por qué he de temer a desaparecer a través de la muerte?
La próxima vez moriré y tendré alas y plumas como los ángeles
y luego me elevaré más allá de los ángeles.
Aquello que no puedes imaginar…
Eso seré.

Rumi

Las tradiciones orientales, especialmente hindúes y budistas, tal como han sido difundidas en el siglo XIX en los países occidentales a través de los llamados movimientos teosóficos y por el renacimiento tanto de las doctrinas budistas tibetanas (movimiento Rimé) así como otros movimientos orientales, postulan un origen de la humanidad extremadamente antiguo y con un desarrollo en fases sucesivas: desde una humanidad etérea, no física ni individualizada, hasta llegar a descender al plano físico, tomando conciencia individual.  Pero ésta forma de ver la creación y evolución humana no es privativa de oriente, porque por ejemplo en América, encontramos parecidas ideas, como ocurre en el llamado Popol Vuh de los mayas. 

Baste con citar algunos breves ejemplos. Tanto en la tradición islámica como en la hebrea, así como en los antiguos textos caldeos, se habla de términos tales como Ad, el primero, y Adam y Adami, refiriéndose el primero al hombre como entidad global celeste, el hombre celeste o Adam Kadmon en las doctrinas hebreas, y el segundo término, Adami, a la humanidad encarnada en la tierra en su conjunto

La palabra árabe para Adán es آدم (Aadam). En el Corán se indica que la humanidad fue formada de barro y polvo de distintos colores y texturas, mostrando así en su cuerpo las distintas razas. Sobre este cuerpo-modelo hace descender Dios el alma, que tiene un origen celeste.   

En la tradición budista, en el libro V del Kanjur tibetano, el llamado Dulva, se explica cómo al principio existía una humanidad etérea y eterna, que se alimentaba de una especie de ambrosía celeste, pero que  surgieron algunos que intentaron acaparar el alimento celeste para sí solos, como signo de la aparición del egoísmo. Como resultado los hombres se hicieron más densos y materiales, carnales, y tuvieron que aprender a vivir cultivando y viviendo en la tierra. 

Todos estos textos apuntan a una cierta evolución del ser humano. Su creación, según la Biblia, se demora hasta el último momento, después de que los animales y el resto del universo se han constituido. 

El evolucionismo esotérico lo que hace es clarificar y poner de acuerdo estos dos puntos de vista, el científico y el de las tradiciones míticas. Lo plantea pues de manera distinta, porque si bien acepta en términos generales el evolucionismo científico, o sea la creación del mundo animal precediendo a la del hombre “físico”, entiende que como ser pensante y espiritual la Humanidad es anterior a la creación del hombre físico e incluso a la creación de los animales.

H.P. Blavatsly, en el siglo XIX, haciendo un gran esfuerzo de compilación y difusión de muchos textos olvidados o tergiversados, da a conocer a occidente las antiguas doctrinas sobre la evolución humana, evolución que no puede ser negada pues es evidente, pero sobre la que puntualiza y enseña que el hombre, como entidad pensante y espiritual, tiene una larguísima trayectoria a través de diversos planos que ella simbólicamente organiza en “esferas o planetas” a través de los cuales el hombre ha evolucionado, e incluso planos de materialización creciente por los que ha ido descendiendo hasta ocupar el lugar actual.

Así se habla de una evolución mineral para el ser humano, de otra vegetal, animal y finalmente humana propiamente dicha. A esa tradición casi perdida se refiere los versos del gran poeta místico y religioso persa, Yalāl ad-Dīn Muhammad Rūmī que aparecen al comienzo de este artículo.

Ahora bien, ¿fui “yo” por tanto un mineral, una bonita roca colgando de un precipicio? ¿En algún momento “yo” disfrutaba del viento que movía mis frondosas ramas? ¿Volaba “yo” cuidadosamente alrededor de extraños animales gigantes a los que trataba de darles un picotazo a pesar de mi tamaño diminuto? Obviamente todo esto es absurdo, porque “yo” no existía

Como ya hemos explicado en un artículo anterior, la evolución del espíritu y de la materia es una evolución doble y coordinada. Por un lado el espíritu, en su conjunto, desciende a la materia, adquiriendo progresivamente la conciencia individual, y por el otro la materia va creando formas más evolucionadas que sirvan de recipiente al espíritu y sus manifestaciones. 

Este sistema coordinado llega a un punto que podríamos denominar como el punto medio, o punto del 50%, donde existe un equilibrio entre lo espiritual y lo material: 

Un ser "humano" no se define porque sea negro o blanco, o porque tenga tres ojos o dos, o dos piernas o cuatro manos, lo que realmente lo define es esa equilibrada combinación entre lo de arriba y lo de abajo, gracias a la aparición del factor de individuación: lo manásico o mental. Cuando aparece la mente, aparece poco a poco la conciencia de individualidad.

Observemos el mundo animal: hay animales que no pueden reconocerse en un espejo, cuando se les pone delante o bien no ven su propia imagen, o la confunden con la de un congénere o incluso la de un enemigo. Es decir no poseen conciencia individual, no se reconocen como un ser aparte. Un mosquito desde luego está muy lejos de alcanzar ese nivel. Los animales más evolucionados y cercanos al hombre, como puede ser un perro o un mono pueden reconocerse en el espejo, pueden observarse y reconocerse como individuos aparte, aunque con cierta dificultad. Por cierto estos mismos animales también poseen una cierta capacidad de egoísmo o sentido del yo, pues reconocen los  objetos que les pertenecen, apropiándose de ellos e incluso acumulándolos. En otras palabras, la aparición progresiva de la mente implica la aparición también progresiva de la individualidad y del egocentrismo.

Por tanto no hay “yo” en un mineral, ni en un vegetal ( aunque ciertos atisbos se observan en las plantas carnívoras) ni en la mayoría de los animales. En la evolución progresiva a través de los planetas la “Humanidad” en su conjunto es la que se pone en contacto con la experiencia en los planos mineral y vegetal. Sólo a partir de la experiencia animal comienza progresivamente la individualización y en sus últimos estadios se puede hablar de un yo pre-consciente que es capaz de adquirir la forma humana, lo que le conducirá a la plena auto-conciencia.

¿Fuimos por tanto una piedra, un vegetal y un animal? Definitivamente no, porque no teníamos conciencia individual, no estábamos allí como seres diferenciados, pero la humanidad en su conjunto, cuando todos formábamos parte de ello, estaba en contacto global con esos planos de la vida de los que tomó experiencia.

¿Tiene nuestro gatito, o nuestro perro una conciencia individual? No de manera clara. Poseen atisbos de individualismo, pero no de un yo independiente. No es extraño pues observar cómo un animal puede morir al lado de otro, sin que los demás manifiesten extrañeza, se puede ver que en muchos casos no poseen conciencia de la propia muerte o pena por la pérdida ajena o propia. En otros casos echan de menos la "presencia" y el juego del compañero o amo, en otros la seguridad y el alimento, y finalmente en algunos animales hay una auténtica conciencia de la muerte del otro, como ocurre con los perros domésticos, monos, delfines, etc., y también con los elefantes, que acompañan al moribundo y lamentan la muerte y que por eso en la India se convirtieron en símbolo del dios de la sabiduría Ganesha.

Por contra el hombre, para llegar a ser divino, o sea superar la etapa de sufrimiento vital en la que vive, tuvo que pagar un precio, el precio del “yo”. Este yo le fue útil y le permitió conocerse a sí mismo y avanzar de su propia mano a una evolución superior, pero también trajo consigo el horror de la muerte, de la separación, del vacío existencial, y de toda la maldad surgida del egoísmo.

Una vuelta de tuerca más nos llevará a descubrir que ese yo es falso e ilusorio, pero fue y es necesario para nuestra evolución, para asimilar conocimiento, para filosofar, para existir de alguna manera, pero al mismo tiempo es también un obstáculo que nos llena de miedos, de odio, de desesperación, de pena, y de muchas otras cosas que no son deseables, pero que son necesarias para empujar nuestra conciencia de nuevo a la conciencia del Nosotros. Por eso, no importa de que religión hablemos, no importa de que Maestro moral se trate, todos dicen una misma cosa: la necesidad de desarrollar el sentimiento de Fraternidad Universal, porque es el camino hacia esa conciencia unitaria.

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