EL OCHO, EL CUBO - Parte I
El Número ocho en diversos sistemas simbólicos posee un matiz benéfico y otro maligno. En realidad se trata de una referencia al “lugar de paso y puerta” que representa, bien de ascenso hacia lo superior (benéfico) o de manifestación en el mundo (lo malo)
En verdad, nada hay realmente malo en este mundo, porque incluso el peor de los males forma parte de la evolución necesaria y a veces dolorosa. Así que hay cosas buenas, evolutivas y bien dirigidas, y cosas malas, las que nos detienen, nos hacen sufrir, nos desvían. Pero salvo razones extraordinarias, siempre hay una oportunidad, siempre hay algo que aprender y siempre hay la posibilidad de retomar el camino. Así que, esperanza siempre hay, a pesar de todo.
El ser humano no está aislado, nace dentro de una matriz humana, y la Humanidad en su conjunto forma parte de otra Gran Humanidad, y todos los seres forman parte de la Gran Matriz Universal, de la que todo surge, y a la que todo retorna, hecho que los antiguas civilizaciones muchas veces representaron con el simbolismo de la Gran Diosa Madre. En España la llamada Dama de Baza representa esa misma idea, los huesos de una mujer estaban enterrados en su interior, quizás el de una reina o heroína, la Diosa Madre cobija en su mano izquierda un pequeño-pájaro, el alma protegida de la difunta.
Dorieo, Wikimedia Commons (License CC-BY-SA 4.0)
Ciertamente, el ser humano se describe en muchas tradiciones como un complejo conformado por un componente que viene de “arriba” y los componentes materiales que proceden de “abajo”. A través de sus pies, de lo que come, de donde se mueve, de donde respira, de lo que ve y en lo que actúa, está en contacto con el Mundo Manifiesto, el mundo material. Pero también, por la misma razón, porque no está desconectado ni por arriba ni por abajo, también participa de lo celeste, de la matriz sutil de donde nació, a donde a veces puede volver a través de lo que la tradición egipcia del Libro de los Muertos llama “La Puerta Luminosa” o la “Puerta que Emana Luz” (Verso 125)
Pero no es fácil llegar hasta allí. El candidato que desea penetrar por esa puerta, tiene que reunir una serie de requisitos, tiene que saber contestar a ciertas preguntas del Vigilante de la Puerta de Luz, el dios Anubis, quien acompañado por su séquito declara:
“La voz de un hombre ha llegado desde la Tierra Amada (Egipto), de uno que conoce nuestros caminos y nuestras moradas, me satisface porque percibo un aroma familiar como el de uno de los nuestros. Me ha dicho: «Yo soy el escriba Osiris Ani, de palabra recta, que viene en paz y triunfante [ha vencido en las pruebas de los Tribunales Secretos]. He venido aquí para contemplar a los grandes dioses, para que así yo también pueda vivir de las ofrendas hechas a sus kas. Me he manifestado dentro de los dominios del Carnero, el Señor de Mendes (Osiris). Él me ha concedido que pueda venir hasta aquí como un Ave Fénix [Bennu, el Alma Inmortal], para que así pueda hablar. He surgido de las aguas del río [del mundo], y tras hacer una ofrenda de incienso, he seguido mi camino por las acacias (símbolo de inmortalidad) del Nilo para volverme un niño»…”
Libro Egipcio de los Muertos,Papiro de Ani, Trad. Juan Martín Carpio
No hay otra salida, hay que nacer de nuevo, hay que hacerse un niño:
“…si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos…” Mateos XVIII-3
En la tradición antigua esto significa que hay que convertirse en un nuevo ser, tras purificar el propio alma, hay que renacer espiritualmente.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el número 8? El número 8 es el doble cuadrado, o el Cubo en su representación tridimensional.
En el cubo es donde se “incuba”. Este uso del concepto procede en las lenguas modernas del latín y del griego, y aunque con matices diferentes, el lugar donde se realizaba las “incubaciones”, en el templo del dios de la medicina, Asclepios, era donde el paciente yacía durmiente, como un muerto, para que en sueños el dios se le apareciera y le curase. Un ser nuevo y sano, surgía de aquella cámara de “incubatio”.
Por cierto, del Cubo Mágico también,o sea de la Piedra Cúbica, es de donde extrae el Rey Arturo su espada Excalibur, “Kaledfoulch” en lenguaje céltico, o sea el “duro rayo”, el espíritu).
Ahora bien, en el Antiguo Egipto, existe un paralelismo con estos conceptos, porque precisamente la palabra “huevo”, o sea donde se incuba el nuevo ser, se escribe igual que la palabra sudario y que “ataúd” (cubo). Las tres palabras sólo se diferencian en el determinativo final que ayuda a distinguirlas, en un caso es un huevo, en el otro un lazo, y finalmente una rama de un árbol (madera):
En pocas palabras, en el ataúd, donde vivimos, o sea las cuatro dimensiones del mundo manifiesto (el tiempo y las 3 dimensiones del espacio) y de las que nunca podemos escapar, incubamos un nuevo ser, dentro de nosotros mismos, gracias al cual renaceremos de nuevo, rompiendo el cubo-huevo y apareciendo como renovadas almas-pájaro. Veamos ejemplos de esto en el Antiguo Egipto:
“…He surgido del Huevo que está en la tierra oculta, para que mi boca me sea dada, para que pueda hablar con ella en la presencia del Gran Dios…”
Esta recitación 22 del Libro de los Muertos Egipcio nos dice que él viene desde la muerte, desde el Huevo-Sudario-Ataúd.
Obviamente, lo que surge de un “huevo - sarcófago” no sólo es un nuevo ser, es un pájaro-alma, triunfante. Y por eso los lugares de enterramiento, y por extensión los lugares que alojan a los niños incubando, es decir los discípulos y futuros iniciados, habitan en “nidos”, porque ellos son “almas-pájaro incubando”
“…¡Oh Dulce Señor de las Dos Tierras!, quien moras en abundancia y entre el lapislázuli, guarda a los niños en sus nidos para que puedan llegar hasta vosotros…”
Cierto Maestro Egipcio, escribió una carta a finales del siglo XIX, la primera de una serie que se extendería a lo largo del tiempo, dando una curiosa idea acerca de la vida del ser humano, decía que todos estamos “embarazados” de nosotros mismos, que llevamos en nuestro interior un embrión de lo que un día seremos, y como todas las madres tenemos que cuidarlos, para que no enferme y para que no nazca enfermo o tullido. Como vemos, son ideas repetidas muy antiguas.
En el Antiguo Egipto tenemos una curiosa imagen del Libro de los Muertos, donde se explicita precisamente el huevo-ataúd, y el nuevo ser que surge del mismo:
El sarcófago es una imagen en miniatura del Universo, y de mi universo. Representa el cubo en el que me encuentro limitado, sus paredes, tal como aparecen en el papiro, están conformadas por Nut, el cielo estrellado que es la tapa, el rectángulo fondo como símbolo de Geb, la Tierra, y las cuatro esquinas marcadas por los 4 Hijos de Horus o Shu, que representan los cuatro elementos en los que vivimos y las 4 direcciones del espacio.
Del ataúd surge victorioso el candidato, portando en ambas manos el Anj, la Cruz de la Vida Eterna que ha conquistado. Se ha convertido en un Aj, o sea un espíritu luminoso que vive en Ajet, el Horizonte de Luz, y que se alimenta de luz, es decir, que ha traspasado los 4 elementos para vivir en un quinto elemento de luz.
Continuará
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