viernes, mayo 13

La Noche Se Acerca

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LA NOCHE SE ACERCA

Hay una extraña profecía:

Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores. Mateo 24:6-8

Oiréis de guerras por doquier… ¿Quizás el fin del mundo apocalíptico predicado por los cristianos? No necesariamente. Ni tampoco se trata de la venida del Mahdi esperado por los musulmanes en los últimos días, ni ha llegado el tiempo para el Buda Maytreya, ni tampoco acudirá el Kalki avatara de los hindúes.

La clave está en que "oiréis". Algo tiene que ver la mass media en ello.

Porque guerras siempre han existido, crueldades sin número hay para elegir abundantemente en el menú de los horrores humanos.

Seamos honestos, toda esta violencia está en nuestra naturaleza humana. Porque somos Hijos de la Rebeldía, somos aquellos que luchan contra la pasividad del mundo material, contra la inercia del sueño mortal. Queremos conquistar, fundamentalmente ser lo que no somos, salvados, inmortales, sabios, como queramos llamarlo.

Los primeros rebeldes fueron alegóricamente nuestros padres ancestrales, aquellos que en la leyenda se arriesgaron a comer del Árbol del Conocimiento que estaba junto al Árbol de la Vida. Eran las manzanas de la Inmortalidad consciente. Y se aliaron con aquel otro Gran Rebelde, Lucifer, el “Portador de la Luz”.

Canalizamos una fuerza inmensa, nuestra mente poderosa puede enviar hombres a la Luna, y probablemente los planetas cercanos de una manera u otra recibirán también la huella humana.

Pero esa fuerza es como la fuerza del rayo, como la fuerza de las tormentas, una energía inagotable que mal canalizada se convierte en destructiva. Es como un río caudaloso al que pusiéramos barreras.

En la Antigua India, en la mitología Védica, se habla de unos seres rebeldes, los dioses de las tormentas, muy agresivos y violentos, portando armas como el rayo y el trueno, con los dientes de hierro y rugiendo como leones. Son los Maruts, los hijos de Ruda, el asceta. En realidad, según nos cuenta H.P. Blavatsky, son los Egos humanos, los Espíritus Rebeldes.

En el “Paraíso Perdido” de John Milton se describe con estas características a Lucifer y su ambición de despertar por sí solo a la conciencia, incluso a través del sufrimiento:

“Aquí podemos reinar con seguridad, y, según mi parecer, reinar es digno de ambición, aunque sea en el Infierno; vale mas reinar en el Infierno que servir en el Cielo…”

…Denme la libertad para saber, pensar, creer y actuar libremente de acuerdo con la conciencia, sobre todas las demás libertades…

…Todos los caminos me llevan al infierno. Pero ¡Si el infierno soy yo! ¡Si por profundo que sea su abismo, tengo dentro de mí otro más horrible, más implacable, que a todas horas me amenaza con devorarme!…

He aquí la lucha incesante del ser humano, el constante batallar de Caín contra Abel, o sea de la inteligencia humana rebelde contra su naturaleza pasiva y animal.

De Caín y sus descendientes, que somos todos, se dice precisamente que fueron constructores, hacedores, inventores de todas las artes y conocimientos de los seres humanos.

Obviamente, los de siempre, los “virtuosos mantenedores del orden injusto” han presentado a esos personajes míticos como ejemplo de los malos, de la maldad intrínseca, porque según ellos, hay que ser ovejas, y seguir sus mandatos siendo cuanto más ignorantes mejor.

El problema del ser humano es que en su loca ambición por reconquistar el cielo, en su propia lucha interior, esa especie de fuego incesante que le quema, y que le lleva a alcanzar las cumbres del pensamiento y la civilización, se convierte a veces en un arma de doble filo.

Como decía el famoso libro del premio Nobel Hermann Hesse, en su novela “Demian”, esta es la “Marca de Caín”, que puede descubrirse en la mirada, y esto nos recuerda lo que Platón también afirma: que el alma se refleja en los ojos.

La Guerra por tanto, ha estado siempre ahí, es infinita, es constante, ancestral, la llevamos dentro, en la misma sangre. Cuando la Guerra se dirige hacia nosotros mismos, hacia el interior, contra el egoísmo, contra la ignorancia, contra la pasividad, contra la separatividad, CONSTRUIMOS PAZ Y CIVILIZACIÓN, pero cuando ese impulso noble, amputado y adormecido por los “virtuosos mantenedores del orden injusto”, los hipócritas que nos dominan, no encuentra su cauce natural y creativo, se vuelve un fuego destructor que devora todo a su paso, empezando por uno mismo y siguiendo con todo lo que nos rodea.

La Belle Époque, la alegre y coqueta época, sólo fue tal para unos pocos, no nos engañemos. El resto de la Humanidad siguió sufriendo las consecuencias de la ignorancia, la injusticia y la explotación. Y luego, vino lo que vino, la Gran Guerra, el “Ajuste de Todas las Cuentas Pendientes”, como Blavatsky había predicho, no por profecía, sino por conocimiento.

A todas las injusticias, a todos los adormecimientos del alma, que nos rodea en todas sus múltiples facetas, ineludiblemente les llega su fin de la mano de la tremenda explosión de los rabiosos Maruts. Es la violencia de los seres ya deshumanizados, que no humanos, por una educación sin alma, por una sociedad sin fines, por una sociedad corrupta en definitiva.

Pero esta no es la Última Noche de la Historia, es una noche más, y los que saben ver el atardecer, y los que a pesar de las bambalinas iluminadas, saben que la Oscuridad de la Época se aproxima, saben también que el Tiempo ha llegado, y que al igual que uno no se lamenta porque ha llegado la noche, tampoco hay que lamentarse ahora, salvo que hayas perdido tu lámpara interior. Esta lámpara es la que te iluminará en la Larga Noche, es tu verdadero Ser interior, la luz que te acercará a otros seres que portan también su luz, y juntos todos, en la noche, lámpara con lámpara, vela con vela, brillo de ojos con brillo del corazón, todos juntos podremos cruzar a salvo la noche.

Quizás en el camino se lleven nuestros cuerpos, seguramente, ya sea por la guerra, o ya sea por la muerte natural o artificial. Eso da igual, pero que nadie se atreva a llevarse tu Alma.

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