domingo, marzo 6

El Camino del Perro

El Camino del Perro

 


 Muchos persiguen eso que se llama Liberación, porque todos buscan soltar la carga que sostienen en esta vida. Cuanto más se avanza en el curso vital, más "cosas" se nos pegan a la piel, a los huesos, a los músculos y hasta al pensamiento. Sobre todo a éste último, de manera que acaba por perder su característica principal, la rapidez, la velocidad y la capacidad de elevarse y volar, para finalmente caer pesadamente contemplado inerme la carga que lleva.

 

 A partir de ese momento, como el esclavo que lleva un indeseado fardo, sólo se piensa en deshacerse del mismo. La forma de liberarse, su significado, varía dependiendo de la educación, del sentimiento religioso, etc. Para conseguirlo frecuentemente emprendemos caminos "alambicados", tortuosos, a veces de tipo más o menos religioso, y que incluye desde las disciplinas más estrafalarias y excéntricas que imaginarse uno pueda hasta los caminos  discipulares trillados, que suelen llevar hasta el pico de una lejana y alta montaña, desde la cual, al contemplar el camino recorrido y el otro lado del valle, uno se da cuenta de que nunca hubo necesidad de subir hasta ahí; pero claro esto nunca se puede llegar a saber a menos que se complete el camino.

 

 Y puede que se tenga éxito, pero quizás no lo que se esperaba, porque principios, medios y final tienen que formar un todo lleno de significado y sentido común. 

 

Hubo una vez un hombre que seguía el camino de la vida de los perros, imitando sus maneras, su caminar a cuatro patas. Comiendo lo que ellos comían esperaba subyugar su yo humano y encontrar así la liberación que perseguía. Otro hombre también lo buscó por el camino de los bueyes, apacentando como si fuese uno de ellos, llevando un yugo alrededor de su cuello y arrastrando pesadas cargas para poder comer un poco de paja.

 

 Ambos secretamente se decían a sí mismos: "Gracias a esta virtud y observancia o ascetismo o vida santa me convertiré en un gran dios o en un dios menor". Y así persistieron en sus luchas por superar su carga humana, esperando liberarse formando parte de los dioses.

 

 Pero he aquí que encontraron en su camino al Bendito, a quienes preguntaron por el resultado final de la vida que llevaban. Punna, el asceta que seguía el Camino del Buey, le preguntó al Bendito:


 “Venerable señor, este Seniya, quien es un asceta desnudo que sigue el Camino del Perro, quien hace lo que es más difícil de hacer: come su comida cuando se la tiran al suelo. Durante mucho tiempo ha asumido y practicado ese deber de perro. ¿Cuál será su destino? ¿Cuál será su curso futuro?

“Suficiente, Puṇṇa, déjalo así. No me preguntes eso." le dijo el Buda, pero como insistió una y otra vez, finalmente el Bendito le contestó:


“He aquí, Puṇṇa, que tenemos a alguien que desarrolla el Camino del Perro de manera plena e ininterrumpida; desarrolla el hábito del perro, desarrolla la mente canina plena e ininterrumpidamente, desarrolla el comportamiento canino. Habiendo hecho esto, al disolverse el cuerpo, después de la muerte, reaparecerá en compañía de perros. Pero si tuviese un punto de vista como este: "Gracias a esta virtud y observancia o ascetismo o vida santa me convertiré en un gran dios o en un dios menor", este punto de vista en su caso sería erróneo. Porque sólo hay dos destinos posibles para uno con visión equivocada, digo: el infierno o el reino animal. Entonces, Puṇṇa, si su deber de perro tiene éxito, lo llevará a la compañía de los perros; si falla, lo llevará al infierno”.


Así el Buda de una manera simple deshizo el nudo de los sacrificios a plazos, de la compra del cielo en incómodos o cómodos plazos, sufriendo ahora para obtener luego lo que mi ambición oculta. Porque ese camino sólo puede conducir a vivir entre perros, y si no lo consigo y me doy cuenta de que no sirvió para nada, furioso caeré en mi infierno de remordimientos y autocastigo.


Pero tranquilos, no os asustéis pues ya conocéis bien ese infierno, es donde todos vivimos. No habrá liberación así.


Imaginad, alguien que sólo desease escuchar música sagrada, la más elevada de las músicas celestiales, y que soñase con un paraíso así, pues nada le importa de este mundo aparte de esto, no le importan sus amigos, ni su familia, no le importa nada salvo su música.


Imaginad a otro que no concibe otro mundo que no sea el de satisfacer su estómago, vivir en paz una vida de familia, reír con los amigos, y descansar. Su sueño más maravilloso, después de una vida de privaciones, sería poder comer todos los días, quizás llegar a un cielo donde hubiese "ríos de miel y leche" y banquetes con buenos asados.


Cada uno de ellos ha desarrollado una mente determinada, unos sentidos acordes, y unos deseos en relación. 


Imaginad ahora que, después de abandonar este mundo, llegan al paraíso celeste que les corresponde. Al amante de la música le espera una mesa repleta de asados, frutas tropicales, bebidas espirituosas. Y al amante de la buena mesa le espera una sala celestial donde no hay nada más que coros celestiales entonando, como mínimo, el Réquiem de Mozart.


¿Cabe un infierno mayor para estas pobres almas?


Si uno no ha desarrollado ojos y oídos celestes, no podrá disfrutar de cosas celestes y echará de menos su plato de viandas. Si el otro cree que toda la música del cielo es lo único que existe y que es todo lo importante para él, olvidando a los demás, tendrá que comer sin freno, obligado por un impulso feroz en busca de una música que no encontrará entre los platos. Echará de menos desde luego la música que no puede oír. Sus paraísos no serán tales, sino infiernos, infiernos vitales en los que caemos una vez más para intentar curarnos.


Pero hay un Camino de En Medio, alejado de los extremos, tal como el Buda explicó:


“Puṇṇa, hay cuatro clases de acciones proclamadas por mí después de haberlas realizado yo mismo con conocimiento directo. ¿Cuáles son los cuatro? Está la acción oscura con resultado oscuro; hay la acción brillante con resultado brillante; hay una acción oscura y brillante al mismo tiempo con un resultado oscuro y brillante; y hay acción que ni es oscura ni es brillante con resultado que no es oscuro ni brillante, es la acción que lleva a la destrucción de la acción..."


Las palabras del Bhagavad Gita, de la Recta Acción, resuenan en este sutra del Buda, es el camino que lleva a la destrucción de la acción, pues quien actúa no soy yo, no soy yo, sino Aquello. Los ascetas al darse cuenta de su empeño ilusorio abandonaron el Camino del Buey y el Camino del Perro, y fueron recibidos en el Camino del Medio, y entonces Seniya, el asceta del Camino del Perro tomó refugio en el Bendito, 


"...Y recibió la admisión completa. Y pronto, no mucho después de su plena admisión, viviendo solo, retraído, diligente, ardiente y resuelto, el venerable Seniya, al darse cuenta por sí mismo con conocimiento directo, entró aquí y ahora y permaneció en esa meta suprema de la vida santa... Y así él rectamente conoció que: “El nacimiento ha sido destruido, se ha vivido la vida santa, lo que se tenía que hacer se ha hecho, no se alcanzará ningún estado posterior del ser”. Y el venerable Seniya se convirtió así en uno de los liberados arhats.



Aquí abajo tenéis mi traducción del sutra completo en pdf. Pero ojo, hay que leerlo como los monjes, en la época de las lluvias, refugiados en el monasterio, si es que sabes a lo que me refiero, y repitiendo las palabras muy adentro, en el corazón:


"El Asceta del Camino del Perro", del Majjhima Nikāya o "Colección de los Discursos Medianos"