Conciencia y Totalidad
La Conciencia, "cum-scire", por definición es aquello que posee un conocimiento global del propio hombre, de sus propios actos y consecuencias, la conciencia moral, pero también consiste en el conocimiento relacionado conmigo mismo y con el mundo que me rodea.
En origen la palabra “cum-scire” contenía también el significado de "discernir", separar y distinguir. Precisamente el primer acto de conciencia consiste en darse cuenta de la existencia de uno mismo en contraposición al mundo.
Podemos agregar además la cualidad de "Amplitud", es decir la capacidad de integrar simultáneamente muchos elementos. Cuanto más amplia sea, diremos que dicha conciencia es más global. Pero una conciencia verdaderamente global es aquella que no sólo integra muchas cosas a la vez, sino que además lo hace en un cierto orden definido. No se trata de la conciencia caótica, múltiple y dividida de un esquizofrénico o del consumidor de drogas psicodélicas, sino una síntesis ordenada de todo lo que yo soy, una conciencia capaz de abarcar y relacionar al mismo tiempo esa totalidad. Posee por tanto un axis y un centro y una periferia.
La conciencia posee también "Dirección" primaria y básica, que forma parte de su propia esencia, y que consiste en su transformación y evolución progresiva viajando hacia delante a lo largo de la línea del tiempo. Además del transcurrir normal e inevitable de la conciencia acompañada de la percepción del tiempo, hay dos “saltos” que, aunque en teoría dependen de nuestra voluntad, son difíciles de controlar: un salto hacia atrás en el tiempo, que se gestiona a partir de la memoria, y otro salto anticipado hacia el futuro y que se sustenta en la imaginación y la fantasía.
Podríamos decir, desde este último punto de vista, que el transcurrir de la conciencia a lo largo del tiempo es como una balanza cuyo punto de apoyo es el presente, uno de sus brazos es el futuro y el otro el pasado. Y aunque el punto de conciencia siempre se mueve hacia delante, entre dos infinitos, el brazo del futuro atrae sobre todo nuestra atención en la juventud, mientras que el brazo del pasado posee más peso con el paso de los años hasta hacer que nos detengamos en un bucle repetido de memorias encadenadas, del que solo desviamos nuestra atención cuando algo nos recuerda la muerte inexorable que se aproxima por delante.
La atención, según el Prof. Jorge Angel Livraga, sería aquello que permite conocerse para poseerse. En otras palabras, la atención es lo que centra la acción enfocando nuestra conciencia en determinadas tareas u objetos, ya sea en el presente o en el pasado, en lo trascendente o en lo intrascendente. La conciencia se mueve no sólo en el tiempo, sino también hacia arriba y hacia abajo según sus contenidos. O mejor dicho, el foco de la conciencia, la atención, o bien se eleva hasta planos superiores o desciende a planos inferiores. Por superior entenderemos los contenidos de la conciencia que se relacionan con lo intelectual profundo y lo espiritual, incluyendo además el juicio moral. Los contenidos inferiores son aquellos que se refieren a la mera supervivencia, deseos, placer y dolor relacionados con los planos físicos de la existencia.
Obviamente, aquí hay un factor importante a considerar: aquello que "fuerza u obliga" a dirigir la atención de la conciencia en un sentido determinado es lo que realmente importa: eso es la Voluntad Pura, en contraste con las atracciones y requerimientos de lo instintivo y de los estímulos del mundo que me rodea.
Lo Inconsciente y Subconsciente
No se refiere aquí al concepto freudiano. Entendemos por Inconsciente aquella parte de nuestra experiencia pasada o presente a la que nuestra conciencia no tiene fácil acceso o no puede ver claramente porque hay prejuicios, ignorancia o "cegueras" psicológicas que nos impiden verlo.
Para las filosofías orientales, toda experiencia estaría oculta bajo la capa de "Maya", la ilusión básica que oculta a nuestra vista interior los elementos de la realidad. Como resultado, el ser humano vive en un estado de "avidya", o ignorancia por ceguera, por distorsión.
Por Subconsciente entenderemos aquella otra parte de la que aunque no somos conscientes todo el tiempo, sin embargo fácilmente podemos acceder a su contenido, como por ejemplo cuando leemos un libro interesante, y nos olvidamos por un momento de las cosas que nos rodean, pero que de manera sencilla pueden penetrar de nuevo en el área de nuestra conciencia.
Los aspectos inconscientes se refieren pues, en términos orientales, a aquellas cosas que no percibimos porque la ilusión del mundo las oscurece. Ese no darse cuenta es lo que los orientales llaman "Avidya", que es la negación de "vidya", de donde procede en latín “video”, o sea ver y discernir.
Por esta razón Avidya no es meramente la ignorancia, pues eso sería agnyana, que es la negación de gnyana o conocer. Avidya es la ignorancia que procede del que no ve, del que no se da cuenta de la realidad, de la verdad que está oculta detrás de la ilusión del mundo o "Maya". Se trata pues de el engaño y del autoengaño al mismo tiempo.
Lo que la conciencia no abarca, o mejor dicho, lo que no es capaz de desvelar o penetrar es debido a su propia limitación en cuanto a su capacidad de expansión o inclusividad, y también a su limitación para enfocarse donde la voluntad lo requiere, ya sea en contenidos elevados o en necesidades vitales básicas.
Esta limitación predeterminada de la conciencia, es lo que nos lleva a plantearnos hasta qué punto el ser humano es libre de actuar y pensar según su propia voluntad, y por tanto a analizar qué se entiende por libre albedrío y determinismo.
Libre Albedrío y Determinismo
Ésta dualidad opuesta ha sido el eje sobre el que han debatido muchos pensadores, filósofos y científicos. Desde los que predican, y nunca mejor dicho, el libre albedrío del ser humano, y por tanto su condenación ad eternam por sus pecados y errores cometidos a lo largo de esta desdichada encarnación, hasta los que consideran al ser humano una mera agregación mecánica de átomos, conformando una especie de robot que piensa de sí mismo que es libre, y que realmente sólo sigue mecánicamente las leyes y movimientos naturales a los que se ve expuesto.
Obviamente, nacemos con muchos factores ya predeterminados en la génesis de nuestra personalidad. No sólo se trata de la genética heredada, también hemos de tener en cuenta el desarrollo más o menos anómalo desde la infancia de nuestro cuerpo y cerebro. También nos influencian otros factores, como la educación recibida, la época en la que hemos nacido y las "falsas creencias" acerca de nosotros mismos y del mundo alrededor.
¿Hay libre albedrío? No, definitivamente no. Estamos sin duda condicionados.
"No existe en la mente del hombre libre albedrío absoluto: la mente queda determinada por desear esto o aquello, y ello por una causa determinada a su vez por otra causa, y ésta a su vez por otra causa, y así hasta el infinito". Baruch Spinoza.
Como señala Spinoza, no hay libre albedrío ABSOLUTO. Pero sí hay desde luego una cierta libertad, cuyo grado varía entre los seres humanos.
Ahora bien, ¿cómo compatibilizar mi sentimiento profundo de libertad, de ser capaz de elegir lo que quiero, cuando según la ciencia el mundo puede ser explicado perfectamente por medio de leyes físicas invariables.
¿Entonces hay total determinismo? Tampoco es cierto, el ser humano, como decía Ortega y Gasset, es él y sus circunstancias, pero también sus posibilidades, que son el producto de su esfuerzo personal venciendo más o menos sus limitaciones.
El factor clave en juego es la existencia o no de una Voluntad Pura Actualizada, o sea una Voluntad Libre capaz de actuar independiente, sin estar sujeta a los dictados tanto de la materia como de las oscuridades y distorsiones mentales, o sea desarrollada hasta el límite de sus posibilidades.
Todos los seres humanos poseemos un germen de Voluntad Pura, pues esta es la esencia última de su existencia, el Rayo que justifica el despliegue de todo el resto de nuestra personalidad para hacer frente así a esta encarnación en la que vivimos y experimentamos.
Todo lo existente alrededor, piedras, plantas, animales e incluso los átomos, manifiestan una voluntad básica, la voluntad que justifica su propia existencia y naturaleza. Un átomo que “existe”, es decir que se manifiesta como existencia, es también una ley que se manifiesta y por tanto una voluntad que la impulsa. Pero ahí termina su “voluntad”, su capacidad de decidir es, a ojos humanos, prácticamente nula, porque viene determinada por los límites de la ley. Conforme avanzamos en la escala evolutiva, en los animales, por ejemplo, sí se manifiesta una cierta voluntad propia, pero que está sujeta al instinto y a las leyes naturales, expresión de su propia necesidad y supervivencia.
Señalaba antes el requisito de una Voluntad Pura Actualizada, es decir una Voluntad que haya podido liberarse, al máximo de sus posibilidades, de las ataduras a las que la someten las leyes naturales materiales.
Y aquí yace la diferencia entre los seres humanos, porque el nivel de actualización de la voluntad varía de unos a otros. En unos casos la voluntad pura es incipiente, apenas se manifiesta, el sujeto actúa casi mecánicamente obedeciendo a los impulsos e instintos a los que se ve sometido. Desde ese nivel hasta el más superior, el de los seres humanos que, al superar precisamente su condición humana, superan todas sus limitaciones como tales, manifestándose su Voluntad de manera clara y diamantina.
Entre esos dos extremos, se asientan los diversos estados de libre albedrío y determinismo en nuestra conducta.
Por consiguiente, elevar nuestra conciencia requiere primero soltar lastre, buscar en esa parte oscura de nuestro yo, de su historia, buscar los atavismos y herencias, aquello que nos frena. No se trata de una búsqueda intelectual, analítica, salvo en lo imprescindible, sino una búsqueda de libertad, rompiendo barreras con nuestra Voluntad, Inteligencia y Amor.
Por consiguiente, más que conquistar la Libertad, que de hecho está impresa en la misma raíz del ser humano, se trata de liberarse del yugo de la materia, de sus imposiciones. Esta conquista nunca es de un día, ni el resultado de ninguna iluminación súbita, sino del trabajo paciente de “limpieza” de escorias y barro que cubren el Diamante Prístino del Ser.
Sólo entonces, a partir de esa transparencia bajo la Luz Divina del Ser es cuando se comienza realmente a vislumbrar la Totalidad desde la Nueva Conciencia Renovada.