viernes, marzo 3

LOS PEQUEÑOS GURÚS Y LA COMPASIÓN

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Los Pequeños Gurús y la Compasión

Es política tradicional en el oriente el desprecio por los pequeños gurús, es decir por aquellos que adoptan la posición de maestros de otros, cuando en realidad ni saben ni han seguido el camino para ser lo que predican.

El camino comienza y transita a través de dos ejes fundamentales: la compasión en la multitud y el trabajo interior en la soledad. Son dos caminos complementarios, al final de los cuales existe solo una cosa, pues compasión es también el trabajo interior que se hace con vistas a superarse uno mismo para ayudar mejor a los otros, y por otro lado la ayuda a los demás es más efectiva cuando se hace desde la visión que da la soledad interior en medio de la gente, soledad profunda que permite ver más allá de las necesidades aparentes del ser humano y, por consiguiente, encontrar cuál es la mejor forma de ayudar a los demás: aquello que va directo al corazón interno y que impulsa a la liberación.

El mismo Buda planteaba 4 situaciones, la de aquellos que se volcaban en la compasión hacia los demás mientras que se olvidaban de sí mismos; los que ni ayudaban a los demás ni a sí mismos; los que se dedicaban al desarrollo interior pero se olvidaban de los demás; y finalmente los que unían a una acción exterior compasiva hacia los demás una dedicación simultánea e interna al propio desarrollo.

Evidentemente los seres perfectos unirían una acción compasiva externa y una meditación interna provechosa. Sin embargo, el Buda también consideraba que una meditación profunda y un trabajo interior por sí solo era bueno, siempre que se hiciese con la intención perfecta de ayudar a los demás.

En otras palabras, de la riqueza interior, si no está plagada de egoísmo, surge la abundancia que se derrama sobre los demás. Dice un viejo dicho “la caridad bien entendida empieza por uno mismo”, porque no se puede dar lo que no se tiene.

El pequeño maestro se acobarda ante la inmensa tarea de enseñar a otros, y no siendo capaz de enfrentarla, solo tiene dos opciones: o reconocer su impotencia humildemente y retirarse, o, lo más frecuente, llevado por la vanidad, buscar excusas para no enseñar lo que se le transmitió e inventar así nuevas enseñanzas surgidas de su propio cerebro torturado.

Sin embargo, la tradición escolástica de siglos, seguida por todos los grandes maestros, ha sido precisamente el comentario y la aclaración de las enseñanzas recibidas, no la adición personal caprichosa o vanidosa de nuevas ideas que no estaban en la enseñanza original. Pero ese trabajo es el fruto de horas de esfuerzo y meditación sobre esas enseñanzas, de preocupación no sólo por entender sino plantearse cómo explicar a otros las maravillas que uno encuentra, cómo compartir en definitiva; y entonces, llevados de esa compasión, del deseo ardiente de buscar el beneficio no sólo para uno mismo sino para los demás, surge el trabajo externo de quien enseña.

En algún momento, en algún lugar, por primera vez en esta cadena de existencias humanas, alguien se acercó humildemente para escuchar atentamente las enseñanzas de un maestro, pues en eso consiste todo. Y las llevó en su corazón, y por eso mismo las practicó, y luego encontró otros seres humanos que no la habían escuchado, y se propuso, tras largas horas de meditación y trabajo interior, compartir lo que sabía.

No era importante darlas junto a un río, o en la sombra de un bosque, ni en una ciudad moderna, ni en los desiertos, ni se organizaba festejos culturales, ni actividades sin sentido, aunque apreciadas por el mundo externo, sino que lo importante era trabajar primero en uno mismo, para estar preparado para darlo todo. Lee pues lo que te han dado, minuciosamente, busca en sus entrañas el significado, medita sobre lo aprendido, y luego con muchísima humildad repite lo que te han enseñado.