Escolástica
Enseñar e Inspirar
La enseñanza apela a nuestra razón, a la información y la memorización. Nos provee de argumentos para ayudar a sostener una idea.
La inspiración es hija de la experiencia profunda de aquel que lo transmite, es saber tocar las teclas de un piano que con sus sonidos abre el alma de quien escucha. Quién se inspira se abre repentinamente al viento del espíritu, respira y vive.
Como ejemplo de lo dicho anteriormente, examinemos una tradición de transmisión. En la India védica, desde hace varios miles de años, se preserva una tradición ritual, cuyo sentido último se desarrolla en sucesivos tratados complejos. Los himnos sagrados y su significado, expuesto en los brahmanas, acercan al pupilo a una realidad mayestática, a un universo de fuerzas sagradas en las que el ser humano puede participar por medio del rito y alcanzar a comprender gracias a los prolijos comentarios que los acompañan.
Pero el alma humana también se alimenta de otras cosas. Necesita abrirse como el loto a los rayos del sol, necesita abrirse a los vientos sagrados que nos arrastran y nos transportan a la realidad divina de nuestro propio ser. En la India védica son los Upanishads, las enseñanzas que, como su nombre indica, “se escuchan sentados muy de cerca” al Maestro, de corazón a corazón.
La fría enseñanza escolástica sólo puede alcanzar la razón y la memoria, y muchas veces ni siquiera eso. Cuando el instructor se sienta sólo para leer y repetir los textos de manera rutinaria, casi sin tiempo para entender lo que dice, ni siquiera se alcanza la comprensión racional. En todo caso, la mera lectura de una instrucción sólo invita al análisis prolijo de las palabras, de los verbos, nombres y predicados. Se desgranan las palabras, y se intenta encontrar en su análisis rebuscado la profundidad que el profesor no supo hallar en sí mismo. No conmueve, no tiene alma, es propia de funcionarios y no de instructores de sabiduría.
La piedra de toque: los estudiantes se distraen, se duermen, no cambian.
¿Pero cómo puede el instructor dar vida a la fría enseñanza para convertirla en inspiración?
Hay que guardar el libro, o el apunte. Porque primero éstos tienen que haber incitado antes que nada al enseñante. Y partiendo de ahí, éste ha rebuscado no sólo en el exterior, en las enciclopedias, sino sobre todo en su propio interior.
Cuando este ejercicio se hace, CON AMOR, es porque hay un deseo apremiante de transmitir las joyas que uno ha encontrado en ese ejercicio introspectivo, para beneficio de los demás.
De esta manera, el enseñante, en sus horas de soledad, explora los recovecos de sus propias preguntas e inquietudes en relación al tema que tiene que explicar. Es un ejercicio que comienza por ayudarle a él mismo, le hace realmente avanzar, porque no acumula información, sino gemas preciosas en su interior para repartir.
Después viene la transmisión, que no puede ser una lectura de un texto, sino una APERTURA GENEROSA DEL ALMA hacia los demás.
Pausadamente, se insinúa, se sugiere, se pregunta, se incita al estudiante a encontrar también respuestas por sí mismo.
De esta manera y no de otra es como la Mágica Cadena de la Transmisión Viva de las Enseñanzas supera el paso de los siglos, y vence al Tiempo.
¿Le negarás a tus “pequeñuelos” ese esfuerzo?