lunes, mayo 22

Las Artes, Hijas del Dios y de la Memoria

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Las Artes, hijas del dios y la memoria

Arte y Filosofía, según el concepto platónico, están íntimamente asociados. No obstante, al observar el panorama artístico alrededor difícilmente podemos atestiguar dicha relación. Claro que… tampoco nuestro mundo se caracteriza por presentar señales de una filosofía clásica viva, es decir un camino filosófico hacia la Sabiduría Atemporal. Sin uno tampoco está presente la otra.

El Arte, cuando es real, se relaciona con un Arquetipo fundamental, o sea un Modelo Atemporal que guía a los seres humanos a través de los milenios: la búsqueda del conocimiento y de la sabiduría a través de la Belleza. Es decir, la verdadera actividad artística es un puente entre este mundo y dicho arquetipo, un camino hacia la totalidad.

Otra cosa bien distinta es lo que hoy se llama arte, que más bien es un puente lleno de vanidad, cuando no de odio, propaganda política, o simplemente la fealdad que sólo conduce a más fealdad: ¡Vean cuán atrevido soy!, “¡Observen mi ingenio sin par!, ¡Sigan mis oscuros caminos!, ¡Aprecien mi excepcional y único ser en mi única y excepcional obra!”

Cuenta Giorgio Vasari, quien escribió una biografía de los mejores artistas del Renacimiento, cómo cierto Papa envió un emisario para investigar si era real el genio y destreza de los artistas florentinos, para decidir a quién quería encomendar un trabajo. Cuando el emisario, tras visitar a varios, llegó ante Giotto, artista del siglo XIV y considerado padre del Renacimiento, al que solicitó alguna prueba de su pericia.

…El artista tomó una hoja de papel en la cual, con un pincel mojado en rojo, apoyando el brazo en el costado para hacer de él un compás y haciendo girar la mano, dibujó un círculo tan perfecto de curva y de trazo que era maravilloso verlo. Hecho esto, dijo, sonriendo, al cortesano: «Aquí está el dibujo». El interlocutor, creyendo que el artista se burlaba, contestó: «¿No he de recibir otro dibujo que éste?» «Basta, y aun sobra con él -repuso Giotto-, enviadlo junto con los demás y veréis si será apreciado». El emisario, viendo que no podía obtener otra cosa, se alejó bastante insatisfecho y preguntándose si Giotto no le había tomado el pelo. Empero, al enviar al Papa los demás dibujos, con los nombres de quienes los habían ejecutado, le remitió también el de Giotto, refiriendo la forma en que se había empeñado en trazar el círculo sin mover el brazo y sin ayuda de compás. Y el Papa y muchos cortesanos entendidos reconocieron por ese dibujo hasta qué punto Giotto superaba en excelencia a todos los demás pintores de su tiempo.

(“Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos”, Giogio Vasari, 1511-1574)

Las Artes como Vía de Acceso

Para nuestra exposición nos valdrá como soporte un viejo símbolo, la forma geométrica de la pirámide. Ésta, incluso en su mismo nombre griego lleva la idea asociada, pues es la forma que toma el ascenso “piramidal” del fuego, pues justamente eso significa el término griego, “pyr”, o fuego.

El ascenso a la cúspide la pirámide representa el ascenso a la cúspide misma del hombre, es decir el Conocimiento Último y la Sabiduría, aquello que ayuda a trascender las limitaciones de la materia. El ascenso no puede ser vertical, el ser humano no puede de la noche a la mañana ascender por una imposible pared vertical. Pero sí que puede ascender los escalones de sus caras inclinadas, poco a poco, con esfuerzo, ello es posible.

Hay 4 caras para ascender, y aunque por naturaleza propia podamos comenzar el ascenso eligiendo una de ellas, descubriremos más adelante que las 4 caras se van uniendo progresivamente, y que en realidad ascendemos por medio de todas ellas. Cuatro son pues las Vías de Acceso a lo Superior, y estas son la Religión, la Ciencia, la Política y el Arte, que son las formas humanas de aplicar los 4 Arquetipos del Bien, la Verdad, la Justicia y la Belleza.

Es un ascenso integral, pues por ejemplo nadie podría acceder a la Sabiduría y desconocer los fundamentos de la Ciencia, o buscar la Verdad sin el objetivo del Bien, ni buscar el Bien sin ver la Belleza en ello.

Los grandes Maestros de la Humanidad, en cualquiera de sus ámbitos, a lo largo de los siglos han volcado su saber y experiencia en el seno de las escuelas de filosofía clásicas, en las escuelas discipulares, así como en impulsos religiosos prístinos, que se renuevan de tiempo en tiempo cada vez que decaen y pierden su sentido original. Podemos también constatar su acción en épocas maravillosas como la del Renacimiento, donde de repente, desde el fondo relativamente oscuro de la Edad Media, surgieron innovaciones científicas y técnicas, descubrimientos geográficos, revoluciones en el arte y en la vida de los pueblos, en muchas casos renovación de cosas que ya existían muchos siglos antes, pero que ahora retornaban llenas de impulso.

Esa revolución del Renacimiento tuvo también una expresión artística, de hecho la mayoría de la gente recuerda ese periodo gracias a ello, aunque ignore que muchas otras cosas cambiaron también.

El Arte dotó entonces de alas a todas las demás cosas, por ejemplo, Vesalius, el maestro médico y primer revolucionario de la anatomía, quien dio un gran impulso a la medicina, cuando quiso esparcir dicho conocimiento, hizo que los mejores artistas del grabado y el dibujo representaran en armoniosas proporciones e incluso bellas actitudes los ejemplos anatómicos. Basta con recordar al mismo Leonardo DaVinci, sus estudios científicos representados en bellos borradores.

Aquella bella floración del Renacimiento fue no obstante parcial, pronto ahogada en las luchas fanáticas religiosas, y sofocada por las muchas inquisiciones. Sólo quedó luego la forma sin el espíritu que la animaba, por eso sólo pudo dar nacimiento posteriormente al frío materialismo científico como su único heredero y dejar tras de sí trozos de belleza que dormitan en los museos o frente a los cuales paseamos insensibles en nuestras calles.

Faltaron los Misterios de la Antigüedad, verdadera alma bajo la que fueron presentados en los tiempos clásicos las formas artísticas, la música, el teatro, la danza, todas ellas formando parte de aquellas representaciones de raíz mistérica.

En las ceremonias y cultos mistéricos, según nos cuenta Estrabón, tenían en común el “portar ramos, danzar en coros y practicar las iniciaciones” (dendroforíai te kaì choreîai kaì teletaì koinaì tôn theôn eisi toýton - Estrabón X, 3,10) Danza y música, teatro, poesía y coros, todos se aunaban en los misterios, y todos poseían una relación con la filosofía.

Sus protectoras fueron las 9 Musas, las hijas de Zeus y Nemosine, o sea la divina inteligencia y la memoria, pues es la memoria la que a través del arte perpetúa el recuerdo (= “musa”) de aquello que fue y que volverá.

El arte aúna en la belleza todo lo que se conoce. Es unificador. Y una de sus mayores ambiciones es unificar al ser humano, consigo mismo primero, con la naturaleza, y con el dios oculto en la naturaleza. Y también nos unifica ligando el presente con el pasado, o sea la tradición, así decía Platón que los egipcios eran admirables porque desde los tiempos antiguos conservaban formas canónicas que no cambiaron a lo largo de los siglos, porque para hablar a los dioses había que hacerlo en el idioma de los seres divinos.

El ascenso por esta cara de la pirámide, por la cara del Arte, aúna todas las otras caras, permite embellecer, armonizar, y “entusiasmar”, o sea dotar de “en-theos”, o de lo divino, a todos los seres humanos, incluso a los más humildes e ignorantes. No en vano, como enseñó el profesor J.A. Livraga, los Vedas, la más antigua de las producciones filosóficas y literarias de la humanidad, se memorizaron y repitieron a lo largo de los siglos por medio del canto, de los patrones musicales, y de la imaginería artística. Y esa belleza, ese sentimiento poético musical permitió que el mensaje llegase hasta la última cabaña, hasta el rincón más remoto de la antigua India, permitiendo así que desde los más elevados brahmanes hasta las más humildes castas pudiesen participar de la Belleza y la Verdad.

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