Simbología Numérica
El 9, Los Sanat Kumaras
En esta serie de artículos dedicados a la numerología simbólica, llegar al número 9 es llegar al final, porque el 10, como se verá más abajo, es sólo el comienzo de una nueva serie. Pero este final, cercano al límite simbólico de aquello que sabemos, nos pone en contacto con misterios que están más allá de nuestra comprensión.
Desde un punto de vista, los números simbólicos, tradicionalmente, representan entidades o jerarquías de seres que conforman y recrean el Universo. Los números primeros representan el despliegue de la creación desde la Unidad, que se manifiesta a partir del Absoluto Incognoscible.
Ahora bien, esas jerarquías (del griego «hieros», sagrado y «archein» gobernar) o huestes, conforman conjuntos de seres o existencias, reconocidas por todas la naciones antiguas: son los Arcángeles del cristianismo y del judaísmo, los Amshaspands del Zoroastrismo, los Dyhan Chohans del budismo pre-budista,etc.
Estas jerarquías no deben ser imaginadas como separadas, ni como constituidas por una suerte de reinos independientes con su rey a la cabeza, sino que más bien se refiere a una serie continuada, a un tejido extendido a lo largo de todo lo existente, un fino entramado del que forma parte todo el universo, animado e inanimado, visible e invisible, integralmente funcionales, y dependientes de la Inteligencia que los rige, que ultérrimamente es la Inteligencia del Logos.
Para poder visualizar mejor sus relaciones tenemos que imaginarlas como si fuesen las partículas que constituyen un átomo, así sus protones, neutrones y positrones, forman una jerarquía; y por debajo de ésta se encuentran otra “jerarquía”, la de las partículas subatómicas constituida por bosones, bariones, neutrinos, etc.
Por encima de la jerarquía de los átomos está la de las moléculas, constituidas por los agregados de átomos, así tenemos el agua, los hidratos de carbono, las proteínas, éstas conforman las bases de los componentes celulares, que forman parte de los tejidos, que constituyen los órganos, que se integran en sistemas orgánicos, en seres vivos tales como los hombres que viven en la Tierra, etc., etc.
Así tenemos pues series infinitas de “jerarquías” de seres, formando partes unas de otras, en donde nadie puede decir “yo no tengo nada que ver con los demás”, pues nada ni nadie está aislado del resto.
Ahora bien, en la descripción global de las Jerarquías Espirituales que rigen el Universo y la Evolución durante este periodo (yuga) de manifestación del mundo, clásicamente se han relacionado los sistemas simbólico-teológicos con los números. Los números que utilizamos en Aritmética y Geometría para propósitos prácticos, como contar, calcular, etc., son infinitos. Sin embargo los números de las Matemáticas Sagradas son sólo 9, más el 0 que hay que poner aparte.
Hemos visto en los artículos anteriores las “propiedades” de los números, y hemos comprobado sus relaciones con la Creación, con el ser humano, etc. Pues bien, el número 9, siendo como es el final de la serie, tiene unas peculiaridades propias, para ello utilizaremos la forma de cálculo simbólico llamado “suma teosófica”:
- El número 9 es el final de la serie numérico-simbólica.
- El número 9 puede unirse a cualquier otro número, para devolver como resultado ese mismo número.
- Por tanto ningún número simbólico puede ser superior a 9.
- Su forma así nos lo indica, es un círculo a partir del cual se genera una nueva serie.
Por ejemplo,
1 + 9 = 10; ahora bien, 10 = 1+0 que es 1.
Hemos vuelto al principio
2 + 9 = 11; ahora bien, 11 = 1+1 que es 2.
3 + 9 = 12; ahora bien, 12 = 1+2 que es 3, ... etc, etc.
Todo número “arrojado” al 9 nos da como resultado ese mismo número.
Tomemos otro ejemplo, los antiguos hindúes calculaban los ciclos a partir del comienzo de cada creación por medio de los llamados yugas o edades cósmicas, que eran cuatro. Dichos ciclos, es decir finales de una serie y comienzo de una nueva, son expresados precisamente como múltiplos simbólicos del número 9, Así por ejemplo, los 4 yugas o ciclos fundamentales son:
- Satya Yuga (1.728.000 años),
- Treta Yuga (1.296.000 años),
- Dwapara Yuga (864.000 años) y
- Kali Yuga (432.000 años).
Numéricamente se corresponden todos al “ciclo de nueve”
-1.728.000 = 1+9+8 = 9+9 =18; 18= 1+8 = 9
-1.296.000 = 3+9+6 = 9+9 =18; 18= 1+8 = 9
-864.000 = 8+10 = 18; 18 = 1+8 = 9
-432.000 = 4+5 = 9
Para más información sobre los ciclos hindúes y su relación con el número 9, véase el siguiente enlace “El Tiempo Circular Los Yugas y las Eras”
El número 9 se corresponde pues con la 9ª jerarquía, la de los “Sanat Kumaras” de la mitología hindú, los más cercanos al «comienzo», precisamente porque son también el «final evolutivo».
Estos Kumaras, o «jóvenes vírgenes», son aquellos seres eternamente jóvenes, tan espirituales y elevados, que representaban a las jerarquías más cercanas a la Luz, las más espirituales, y que por esta misma razón en las mitologías antiguas se negaban a crear el hombre, o sea a formar parte del mismo, no por orgullo, sino precisamente por su muy elevada condición espiritual que les impedía procrear.
Ecos de esa mitología oriental se encuentran en las leyendas judeocristianas, siendo en este caso representada dicha jerarquía por “Luzbel” o “Lucifer”, «el portador de Luz», el más cercano a la divinidad, lleno de belleza e inteligencia, a quien la teología cristiana condenó por soberbio, haciéndole caer del cielo. En realidad, no fue condenado por nadie, sino que la necesidad kármica hizo que las jerarquías celestiales, cada una por turno, y en el momento adecuado, descendiesen para dar forma, y en este caso inteligencia y espiritualidad, al ser humano.
Así el número 9, uno de los más misteriosos y sagrados entre los números simbólicos, corresponde a esa jerarquía más elevada, la de los Kumaras, que velan por la Humanidad.
En el budismo, ese rayo de luz para la humanidad se le atribuye al Buda aunque, claro está, hubo muchos budas antes del Buda histórico, y habrá muchos otros. Ya se trate de budistas o hindúes, una de las fiestas más sagradas es la del Vesa o Wesak, que se produce en el mes de Mayo, durante la luna llena de Tauro. Entre sus cuernos, se encuentran las Pléyades, las misteriosas estrellas que para los antiguos ocupaban el centro «óptico» del universo, y por tanto también «simbólicamente» eran el centro de todas las jerarquías.
Ese día tan especial, el más sagrado entre los budistas e incluso reconocido por las Naciones Unidas, se realizan millones de ofrendas y ceremonias múltiples en los templos, quizás porque en esos momentos hay una alineación especial, la de la Luna, la Tierra, el Sol, Tauro y las Pléyades, o sea una alineación dirigida al centro imaginario alrededor del Universo, que «simbolizaba» el Centro Espiritual que nos rige y a donde llegaremos un día, aunque en realidad no se encuentra allí, ni en ninguna otra parte, sino en el Corazón Misterioso de las Jerarquías Espirituales.
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