jueves, diciembre 2

Intelectualismo y Transmisión Escolástica

 Intelectualismo y Transmisión Escolástica

En cualquier universidad o colegio del mundo, la formación intelectual ocupa un lugar muy importante. Pero para el filósofo, aunque ésta es necesaria, no es suficiente. Se necesita dar un paso más. Pero aclaremos conceptos.

Por intelecto (inter-electo) entendemos aquello en nosotros capaz de int-eligir, o sea elegir o distinguir de forma racional las ideas y los impulsos que nos llegan a través de los sentidos. El intelecto nos ayuda a comprender y se convierte en un instrumento totalmente necesario, imprescindible en la vida diaria y mucho más aún en el estudio y la investigación.

Cuando aprendemos a utilizarlo, cuando se dan las circunstancias adecuadas, puede ser de gran utilidad. Pero se da el caso de personas que abusan en exceso de esta facultad sacralizándola y haciendo de ella su único instrumento de juicio, la única vara de medir de todo lo humano y lo divino. 

El yo vanidoso de quien lo ejercita es el único punto alrededor del cual gira tal demostración de "talento" intelectual. Goza el intelectual acechando la ocasión donde ejercitar dicha facultad frente al mundo, como si fuese un espadachín en busca de desafíos con el florete afilado de su lengua, y en medio de ese gozo intelectual pierde la esencia de las cosas, pierde el alma de la razón y la simple belleza de la verdad.

Se pierde por su vanidad.

Cuando el Buda comenzó su camino no lo hizo impulsado por un capricho súbito, previamente se decía que había estudiado con los mejores maestros, que siempre se mostraba meditativo, y que incluso se había ejercitado como caballero, llegando a conseguir la mano de su esposa en una competición celebrada con arcos especiales y pesados. 

Lo que condujo a su liberación final fue una meditación profunda que abrió paso en el bosque psicológico de su personalidad, encontrando así respuestas sobre el significado de la vejez, la enfermedad y la muerte, que finalmente condujeron a su iluminación. Todo eso lo hizo en silencio, como shramana asceta y en soledad, no como discutidor de salón. Luego, cuando encontró las respuestas, salió al mundo a probarlas y enseñarlas. Eso no era intelectualismo, sino una experiencia profunda de la vida llevada hasta el fondo del ser, meditada y pensada hasta los mismos huesos.

Cuando Platón creó su escuela, en cuyo frontispicio se podía leer "No entre nadie que no sepa geometría", fue después de haber sido discípulo de varios maestros, y en especial de Sócrates, y después de haber pasado cerca de veinte años en Egipto estudiando sus misterios. Sus razonamientos en los diálogos que escribió demuestran la sabiduría que le iluminaba. No hay que olvidar que para Platón el diálogo es el "logos" o luz de la razón, que sólo se alcanza entre dos y un tercer elemento medianero. Efectivamente, en todo dialogo verdadero  hay un tercer factor alrededor del cual giran los otros dos logos: es el Centro Superior de la Inteligencia Divina que ilumina e inspira y que es el motor de dicha investigación racional. Ese diálogo no era el resultado de la intelectualidad, sino de lo racional puro guiado por la luz superior.

Muchos otros casos podrían citarse, desde Confucio hasta Spinoza, desde Séneca hasta Epicuro o Marco Aurelio. Todos ellos y muchos más aprendieron a través de la experiencia a manejar prudentemente y de forma certera el instrumento intelectual, pero siempre iluminados por algo superior, la sabiduría que emana desde lo más profundo del ser. Pero no por ello fueron simples "iluminados" como hoy se entiende, o sea gentes ignorantes que de repente se convierten en sabios bajo la luz del reflector de su propia vanidad y ego, porque efectivamente de eso se trata, muchos iluminados no son más que actores de su propia obra. Pero esto sólo ocurre en las películas y en los hospitales psiquiátricos.

Trabajaron pues los verdaderos filósofos duramente sobre sí mismos, pero no para construir torres altas de intelectualismo, sino para distinguir lo falso de lo verdadero, para aquietar el ritmo alocado de la mente, para encontrar el silencio y la noche interior donde puede distinguirse la chispa de la sabiduría.

Si queremos imitarlos y encontrar el tesoro que ellos encontraron, tendremos que hacer exactamente lo mismo, vivir la vida intensamente, porque una vida sin experiencia intensas no vale la pena vivirla, luego usar nuestro intelecto para analizar estas experiencias, luego meditar estudiándonos a nosotros mismo, y posteriormente a través de la práctica despejar lo absurdo, limpiar la mente de fanatismos, de ideas preconcebidas para encontrar la libertad de la soledad interior, que permanece aún trabajando en el mundo dando con las manos llenas. 

Lo escolástico, las tareas de formación y transmisión, es lo más grande que hemos heredado de nuestros maestros, y para poder enseñarnos a nosotros mismos y a los demás, tenemos que hacer de las enseñanzas algo viviente, ardiente, algo que nos duela al principio pero que luego nos traiga la paz y la serenidad, sólo así seremos capaces de transmitir a los demás y también a nosotros mismos de manera natural como un regalo divino.

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