INFOXICACIÓN
Un nuevo día comienza. A nuestra mente acuden recuerdos de los problemas recientes, quizá de nuestra debilidad o incapacidad para lidiar con ellos. Entonces la desorientación y el malestar se asoman a nuestra cara.
De manera instintiva tratamos de escapar de todo ello, casi compulsivamente encendemos el televisor, la radio o más comúnmente el smartphone también conocido como tontophone o lorophone, porque desde luego "smart" no es, al menos desde nuestro punto de vista. Quienes son realmente "listos" son los que han promovido su uso.
Cada vez más estos aparatos del diablo se han convertido y serán sin remediarlo el centro de nuestras vidas. De hecho es ya el nuevo DNI que acabará por sustituir el antiguo carnet, y que acabará imponiéndose definitivamente el día que nos coloquen un chip debajo de la piel.
Añada usted a ello el reconocimiento facial, controles de hacienda y sanitarios, vacunaciones más o menos forzosas, medios de transporte obligatorios y educación programada desde altas instancias a su conveniencia.
Mientras eso llega, que llegará sin duda, sufrimos el bombardeo inmisericorde de la supuesta "información necesaria para gente bien informada", como si fuese eso un valor humano. Hay pues una saturación de información que asume el papel de las "drogas de evasión", no tomamos cocaína, pero "nos metemos" cada día un chute de noticias, modas, tendencias, ventas online, y en definitiva ruido e interferencia, que finalmente nos produce angustia e incluso un síndrome larvado de fatiga crónica que nos impide pensar, y que nos lleva una vez más a buscar distracción en esos mismos medios. Así se completa el círculo, y se explica ese comportamiento compulsivo de nuestro dedo índice, o pulgar, aporreando las pantallas brillantes de nuestros nuevos grilletes.
Lo que ha cambiado es que un burgués medieval tenía que aparentar creer en los dogmas supersticiosos de la época y las imposiciones feudales del señor del lugar. Pero al final del día el burgués se metía en su casa y en la privacidad de la misma era el rey. Hoy tu casa les pertenece a ellos, tus hijos también e incluso su educación. No tardarán en llegar las denuncias, que ya las hay, de los hijos formados bajo un estado controlador que denunciarán a sus padres por "reaccionarios", "traidores al estado", o contrarios a cualquiera de las nuevas ideologías sociales recientemente impuestas, o por no aceptar la neolengua y negarse a llamar "pilota" a una mujer piloto de avión.
Así esa sobrecarga de información y adoctrinamiento nos lleva a no poder hacer elecciones adecuadas por exceso de información, la consecuencia es desorientación y duda y dejar por tanto en las manos de papá-estado las decisiones.
En otros tiempos, algunos libros fundamentales bastaban para meditar y profundizar en nuestros pensamientos, ahora es tal la abundancia de información y libros sin real valor que ya no importan para nada. Como dice el Eclesiastés "En hacer libros no hay final", o como también señalaba Séneca: “La abundancia de libros es distracción”, o como decía Diderot: "El número de libros aumentará, hasta que sea más difícil aprender de los libros que extraer alguna verdad de lo escondido en la naturaleza."
Un experto sobre el tema, Eric Smith de Google nos alerta: "la acumulación de datos, a través de múltiples fuentes, puede llegar a tener un impacto sobre el proceso del pensamiento, obstruyendo el pensamiento profundo, el entendimiento, e impidiendo la formación de la memoria y haciendo más difícil el aprendizaje. Esta sobrecarga cognitiva da a lugar a una disminución en la habilidad para retener información y da lugar a una incapacidad para conectar con las memorias y experiencias acumuladas (memoria de largo alcance) convirtiendo al pensamiento en algo disperso y débil."
Pero no sólo eso, sino que también el ataque directo de las noticias graves da lugar a conflictos llenos de sorpresa, miedo, culpabilidad y cólera. Se genera entonces una especie de atención parcial continua, se habla con los compañeros y la familia, pero una parte de nosotros mismos está conectada con la televisión, el smartphone o la radio, nuestra dedicación y atención a los que nos rodea se vuelve superficial, pero lo más grave aún es que nos volvemos superficiales incluso con nosotros mismos. Hay una relación inversa entre el ancho de banda y la capacidad de atención voluntaria.
El daño que nos estamos haciendo es inmenso, porque si hay alguna posibilidad para el ser humano ésta consiste en desarrollar la atención voluntaria, no la atención pasiva propia de los animales, también desarrollar el amor por las cosas que se deben amar, y no el amor por lo que la industria propone, y por último es necesario poseer una voluntad con claro contenido, con claro discernimiento de lo que es importante y lo que no lo es, y del destino último al que deseamos llegar, algo imposible cuando la voluntad desaparece bajo el aluvión de deseos foráneos inoculados desde el exterior y que no han nacido en la auténtica necesidad de desarrollo espiritual del Ser.
En toda disciplina espiritual o religiosa siempre se han propuesto ciertos objetivos, bien ayunos periódicos, como en Ramadán, abstinencias de varios tipos y en general restricción de los sentidos y los placeres mundanos. Sin embargo ahora, creo que lo importante sería hacer “ayuno de noticias”, “ayuno de películas”, “ayuno de rebajas y ventas por internet”, y ejercicios espirituales o simplemente humanos que deberían consistir sobre todo en tener criterio propio, pensamiento independiente y no dependencia de “aparatos del diablo”, diablo que por cierto, además de desacreditado, ya no está interesado en comprar el alma del hombre, porque no merece la pena, es de saldo y todas iguales.
Busquemos pues nuestra propia identidad, reconozcamos quiénes somos en realidad, y una vez llegado a ello lancémonos a hacer realidad nuestro destino, emprendiendo lo que nuestra alma necesita y no cediendo a los "deberes" impuestos por una sociedad mercantilista y descarnada, que ya ni siquiera disimula que la Navidad no le importa un bledo salvo para vender mejor. A mi, que no soy cristiano, sí que me importa la Navidad, porque el mito navideño nos habla de la posibilidad de que un nuevo niño nazca, el niño que llevamos dentro y que puede hacer que la fría alma de nuestra personalidad se descongele, gracias al nuevo Sol tras la noche del alma, tras el oscuro Solsticio.