martes, octubre 6

Nuestra Casa en Llamas

NUESTRA CASA EN LLAMAS


Quizás cuando ya no sepamos qué hacer, emprendamos nuestro auténtico trabajo y, cuando ya no sepamos a dónde ir, iniciemos nuestro auténtico viaje

Wendell Berry

La misma distancia que existe entre Jesus "el Nazar" y el Jesucrito de las Iglesias, o entre el Profeta Mahoma y el Profeta del islamismo del siglo XX, es la que existe entre Gautama Sakyamuni el Buda, y el Buda de las iglesias budistas tanto del norte tibetano, como chinas y japonesas, o las del sudeste asiático o hinayanas.

Una cosa es el Jesús del Sermón de la Montaña, y el que invitó a tirar la primera piedra a quien estuviese libre de pecado, y el que tuvo compasión tanto de los niños como de la pobre mujer "pecadora" que se le acercó pidiendo ayuda. Y otra cosa es el Cristo de las Iglesias, y aquellos que utilizan su imagen para amedrentar, para afear y crear las malas conciencias, que sólo tienen arreglo, según ellos, a la sombra de los hombres vestidos de negro, aunque cambien las sotanas.

La historia de Siddharta Sakyamuni el Buda y el proceso de su Iluminación, con el paso del tiempo fue adornada y utilizada como emblema de ese mismo camino. Su persona acabó fundiéndose con la leyenda y con las historias de los otros Budas, tanto los que le precedieron como los que esperan en el cielo de Tusita para encarnar en un futuro. 

Parece como si los Grandes Mensajeros al abrir una nueva luz dejasen caer al mismo tiempo una sombra, algo inevitable en este mundo dual. Por eso sus mensajes y sus sombras tienen que caminar juntos durante un tiempo, hasta que los hombres maduran dejando entrar un poco de luz y rechazando las sombras. 

Y quizás esa sea también la razón del secreto y de la revelación parcial e incompleta, porque en caso contrario su sombra gigantesca nos mataría antes de que asimilásemos su luz. También es la razón por la que ninguno de Ellos escribió nada por su propia mano, para así no encadenar sus mensajes de vida a las palabras muertas de los llamados libros sagrados. Y por eso mismo en el Corán se dice repetidamente que Dios hizo descender a ambos, el Libro y la Sabiduría (Al-Kitab wa Al-Hikma), porque no se puede confiar a los hombres escritos sagrados sin la Sabiduría que sepa interpretarlos y explicarlos.

Ante el dolor de los destituidos y el egoísmo creciente de los brahmanes, quienes en su orgullo no querían compartir sus conocimientos ni contaminarse con los que consideraban indignos, movido por compasión hacia ellos Siddharta Gautama el Buda decidió aportar una solución, algo que disminuyese el sufrimiento y diese esperanzas a los desheredados. Siglos después otro Ser compasivo también tuvo que enfrentarse con el orgullo de los privilegiados y con los doctores de la Ley, y con aquellos fariseos que como sepulcros blanqueados, corruptos y negros por dentro, despreciaban también a los desheredados. El mismo espíritu de compasión movió a estos dos Grandes Maestros.

Pero el Buda cayó en un error, si así puede llamarse: movido por esa compasión reveló más de lo necesario, dio más luz de lo esperado, y por tanto generó sombras de las que el budismo todavía sufre. 

En la parábola de La Casa Ardiendo, que puede encontrarse en el Sutra del Loto, se explica muy bien el sentido de lo que el Buda quería conseguir, del regalo que quería hacer a la humanidad:

- Shariputra, suponte que en un país, una ciudad o una villa, hay un gran anciano, con muchos años de vida, de salud perfecta, y riquezas ilimitadas. Él posee haciendas, casas y sirvientes. Su casa es espaciosa y grande, teniendo sólo una puerta y viviendo en ella una gran cantidad de personas, cien, doscientos, incluso quinientas personas. Sus pasillos y habitaciones estaban deteriorados y viejos, y sus paredes cayéndose. Los pilares estaban corroídos en sus bases y sus vigas y columnas se estaban peligrosamente colapsando.

Entonces al momento, a través de la casa, surge un fuego que se extiende por toda ella. Los hijos del anciano, diez, veinte, incluso treinta de ellos, se encuentran dentro de la casa. El anciano, mirando el fuego que ha surgido de los cuatro lados de la casa, se alarma enormemente y reflexiona: “Aunque he escapado salvo a través de la puerta en llamas, todos mis hijos permanecen dentro de la casa que se está quemando, apegados felizmente a sus placeres, inconscientes, sin saber, sin alarmarse y sin temer. El fuego se está apoderando de ellos y se quemarán con dolor, pero en el fondo a ellos no les importa, ni tienen ningún pensamiento de escapar”.

- Shariputra, el anciano entonces reflexiona de nuevo: “Tengo cuerpo y brazos fuertes. Así que los puedo sacar de la casa en un saco o sobre una carretilla’. El anciano continúa reflexionando: “Esta casa tiene solamente una puerta y es estrecha y pequeña. Mis hijos son jóvenes e inmaduros y todavía no saben nada. Apegados a su sitio de juegos, ellos pueden caer y quemarse en el fuego. Debo decirles de este asunto tan atemorizante, que la casa ha cogido fuego y ellos deben apurarse en salir para no quemarse”. Así pensando, él le habla a sus hijos, diciendo: “¡Rápido, salgan de la casa todos ustedes!” Aunque el padre en su compasión los induce con buenas palabras, todavía los hijos están apegados a sus placeres y juegos y rehúsan creerle. Ellos no tienen miedo ni temor, ni la menor intención de irse. Lo que es más, ellos no saben lo que quiere decir ‘fuego’, o ‘casa’, o lo que significa ‘estar perdido’. Ellos meramente corrían por toda la casa, de este a oeste, porque estaban jugando, y mirando a su padre.

Entonces el anciano pensó: “La casa está en llamas en medio de un gran fuego. Si mis hijos no salen a tiempo, seguro que se quemarán. Ahora inventaré un expediente o recurso hábil para que mis hijos puedan evitar este desastre.

El padre, conociendo las predisposiciones de sus hijos y las preferencias que cada uno tenía por sus diferentes juguetes y sus distintos juegos a los cuales ellos respondían felizmente, les habló diciéndoles: “Las cosas con que a ustedes les gustaría jugar, son raras y difíciles de obtener. Si ustedes no las recogen, seguramente después se arrepentirán. Objetos como esos: ‘una variedad de carritos y carretillas de cabras, ciervos y bueyes, están ahora fuera de la puerta de la casa esperando que ustedes jueguen con ellos. Todos ustedes deben salir rápidamente de esta casa en llamas y les daré lo que deseen.

Entonces los muchachos, oyendo a su padre hablar de esos juguetes preciosos que colmaban exactamente sus expectaciones y deseos, con entusiasmo se empujaron unos a los otros hacia fuera de la casa en una carrera loca, todos peleando para salir de la casa en llamas. En ese momento, el anciano, viendo que sus hijos habían salido de la casa, sanos y salvos, y estaban sentado en la calle en la acera de enfrente, sin ningún otra obstrucción, se sintió en paz y lleno de felicidad.

El Buda quería esto mismo, necesitaba que los que sufren salgan del fuego a toda costa, y para ello centró su mensaje en hacer que reconociésemos el dolor en el que habitamos y la dirección para salir del mismo, simple y llanamente. Y por eso mismo no quería explicar qué era el Nirvana, o por qué existimos, o muchas otras preguntas que no se les puede contestar a los niños en esos momentos porque se quemarían.

Desgraciadamente también están las sombras, y en los siglos siguientes muchas de sus doctrinas fueron tergiversadas. A pesar de ello, permanecen algunas de las joyas que nos dejó. 

Continuará

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