miércoles, febrero 9

Bajo la Bandera, la Cartera

 BAJO LA BANDERA, LA CARTERA

Toda nuestra juventud, aquí en España, allá por los años cincuenta, vivió bajo un régimen dictatorial para algunos, paternalista para otros, fascista para unos y anticomunista para otros. 

Un niño o un joven estudiante de la época tenía un conocimiento del mundo alrededor muy limitado. El número de libros accesibles era escaso, salvo los clásicos y los aceptados. Las posibilidades de viajar también eran limitadas, muchos no conocimos el mar hasta llegar a nuestra pubertad, a pesar de estar a pocos kilómetros de distancia, las estrecheces económicas no lo permitían. 


En fin, basta con lo dicho para entender que la única información que recibimos era la que se nos daba en el colegio, donde todas las mañanas, antes de entrar en clase, cantábamos el himno falangista llamado "Cara al Sol". En ese mundo cerrado e "idílico" recuerdo con especial cariño algunos manuales escolares. Contemplaba sus imágenes con el embobamiento propio de la edad, tratando de adivinar entre sus rendijas mundos a los que yo mismo no tenía acceso. 

A esa época pertenecía un libro especial, de cuyo nombre no me acuerdo, que contenía lecturas para párvulos de la asignatura llamada "Formación del Espíritu Nacional". Yo tendría 6 o 7 años, pero no olvidaré a dos personajes de este manual, niños también, dos hermanos huérfanos, marcados por la anterior guerra civil, que eran llevados de ciudad en ciudad a visitar las diferentes fiestas y lugares de las regiones de España. Así que con esa edad, aunque no entendía mucho, empecé a escuchar acerca de los catalanes, de la sardana, de los payeses, de algunas de sus costumbres, y leí que eran muy trabajadores. Y también leí sobre sus émulos laborales, los vascos, sobre su honradez y valentía, de la austeridad de los castellanos, del ingenio de los gallegos y su prudencia, de la alegría de los andaluces y su vivacidad, y de todas las costumbres de las diferentes regiones que constituían España, además de todos los héroes nacionales, desde el Cid y Agustina de Aragón, hasta el Tamborilero del Bruc.

Todas esas lecciones apuntaban a un solo fin, crear en el estudiante el amor por una España que quizás nunca existió, a la que denominaban siempre con la coletilla de "Una, Grande y Libre". Y desde luego que lo lograban, porque me hicieron creer, como a muchos otros, que lo más importante era la unidad de la nación común, que no existía otra cosa, y que todos vivíamos serenos y en común patria con hidalgos valientes y abnegadas mujeres heroínas. 

Ese fenómeno no era exclusivo de España, también ocurrió en otros países bajo otras banderas, bajo otros regímenes, a veces incluso totalmente opuestos. Así el amor a la patria y su grandeza y el culto a los héroes nacionales, también se enseñó en la antigua Unión Soviética, en los USA, en Colombia, en Cuba y en Méjico, en China, en Francia e Inglaterra, y en definitiva en casi todos los lugares del mundo, porque la nación era el punto de no retorno de la identificación común.

Sin embargo, al mismo tiempo otra parte minoritaria de la población, tanto en España como en otros países, vivió bajo esa sombra, luchando escondidos contra ese monolitismo, unas veces por escapar de la pesada losa que unía a todos, aunque aplastándolos con su peso, y otras veces por causa de ideales de signo contrario.

Pero he aquí el punto importante: IDEALES.

Comunista o franquista, americano o cubano, norteño o sureño, esas generaciones, a las cuales yo pertenezco todavía, crecieron en la creencia de los ideales. Quizás equivocados en su plasmación o en su definición exclusivista. Quizás nos mintieron, o simplemente no nos dijeron toda la verdad. Pero creíamos en nuestra "patria" imaginaria, como semillero de almas nobles que compartían corazón con corazón el universo entero a través de la patria una.

Enseñaba Platón que las cosas son reales si atienden a sus fines y medios verdaderos. Así ser médico no era el resultado de haber estudiado la carrera de medicina, sino el ser médico interiormente, de acuerdo a la ley universal que dicta poner el interés del paciente antes que el de uno mismo y en la conciencia plena de no engañar y ayudar. Así el médico como ideal, o el político, o el soldado, o cualquier otra actividad humana era verdadera si atendía realmente a sus obligaciones y leyes, y no meramente a su denominación, prerrogativas, títulos o diplomas.

Y desde ese punto de vista, muchos de nosotros éramos ciudadanos y patriotas, amábamos una patria que quizás estaba solo en nuestra imaginación, pero nuestro amor era verdadero. Luego vino el resto del siglo XX, con sus desencantos, donde aprendimos del brazo de la información y educación universal que las cosas no eran tan simples, que había otros factores a considerar. De repente, ser mejicano, o soviético, o español, se volvió complicado, porque aprendimos que detrás de muchas banderas, rojas o azules, había otros intereses. Y aprendimos que ser "patriota" podía significar otra cosa bien distinta y representar intereses que nada tenían que ver con las cosas dignas y meritorias. 

La inocencia se perdió poco a poco, la desconfianza ante los líderes surgió, y la poca confianza que los sistemas nuevos predicaron, tampoco duró mucho. 

Hoy, algunos aprovechados, sabiendo de nuestro amor primero, inventaron partidos de un signo y otro, nuevos pero con el alma sucia y vieja de siempre. Y así agitaron banderas, cantaron himnos, y algunos de nosotros, por añoranza de nuestros propios ideales, caímos en la trampa y nos dejamos manejar. 

Que nadie me venga ahora con el cuento de izquierdas y derechas, de comunistas y capitalistas, porque todos de una manera u otra nos engañaron en estos siglos sangrientos. Ahora, preparan otra guerra, el sistema lo necesita para perpetuarse, y de nuevo agitan banderas de uno y otro color, pero amigo mío, filósofo que piensas, en realidad, detrás de las banderas sólo hay carteras

PD: Un abrazo a mis hermanos idealistas rusos, ucranianos, americanos, franceses, italianos, ingleses, venezolanos, colombianos, argentinos, españoles... seres humanos. Todos nosotros, los idealistas, creíamos en una patria bella, justa, llena de fraternidad y sano orgullo. Nos equivocamos y nos traicionaron. Pero no importa, porque esa patria realmente existe como Ideal, y para plasmarla en la Tierra tendremos que trabajar duro, manteniendo nuestra fe, para que un día sea realidad la Patria Universal de todos los seres humanos, sin excepción.


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