El Número, la Armonía y el Canto Coral
Lo más rutinario, aquello que todos los días utilizamos para cuestiones utilitarias, el número, encierra dentro de sí un misterio.
El número es como la cristalización del agua del Mar Infinito, es la concretización de nuestra mente a partir del Número Infinito, del concepto universal.
El Número en su esencia es inaprensible. Los números ordinarios, hijos del Número Ideal, se deslizan. O mejor dicho, es nuestra conciencia la que se desliza a través del tiempo, queriendo aprehenderlos en su esencia, pero éstos se escapan como el agua entre los dedos.
El ser humano no puede ir más allá del “número concreto”, de la conciencia concreta, salvo por medio de la Proporción y la Armonía y el Ritmo. Estas tocan las relaciones que existen más allá de los números concretos. La proporción y la armonía existen porque el número reposa sobre un entramado, sobre un colchón invisible, constituido por la Esencia del Número, aquello que incluye al número y al no-número, como el trazo del arado en el campo de cultivo, que define una zona y en medio deja otras sin definir, que forman parte del trasfondo.
La Armonía sabe encontrar proporciones y las correspondencias adecuadas. Establece la concordia y el entendimiento,el equilibrio entre las proporciones de un todo. Cuando existe la Armonía, nace la Belleza, términos comparables, pues en griego ἁρμονίαm (armonía), significa concordancia y acuerdo, término que procede de ἁρμόζω (“armoso” = hermoso) lo que es bello, porque se ajusta y está conectado con el Todo.
El Ritmo lo da el Tiempo, porque aquello que es Eterno, o sea más allá del tiempo, se expresa en el Ritmo, compañero del Número.
Y el Amor es la fuerza que busca la Armonía, pues buscando la unión de las cosas y las personas, encuentra acomodo para el otro, para lo distinto, para que caminen juntos. Se forma así un triángulo fundamental que está en la base misma del diálogo (dos-logos): cuando dos “logos”, o sea dos inteligencias expresadas en el verbo, se unen, al amparo de un tercer elemento inspirador y sagrado, estos dos logos o razones se encuentran en abrazo fraternal, superando el plano de lo racional para llegar a lo superior e intuitivo. Éste es el fundamento de la Estética Metafísica, o sea la Belleza, la Hermosura, la Armonía que nos hace trascender lo físico para llegar a lo metafísico.
La Armonía, la Belleza, forman parte fundamental del Arte, que es la otra vía intuitiva de acceso al Misterio de lo Divino. Como si fuese una varita mágica, se desliza dando su toque mágico a todas las obras humanas regidas por las Musas de Apolo, es la esencia y voluntad que permite llegar hasta lo Sagrado. Es una forma de Recta Acción, porque sólo la Voluntad al servicio de lo que debe ser, permite la creación del Arte.
De las 9 musas que según Hesíodo habitan en el monte Helicón (el “Monte Hélice” o ascendente que nos lleva hasta el Sol espiritual), Terpsícore, “la que goza al danzar”, musa de la poesía, de la danza, representada portando una lira, es también la musa de los “coros” (Terpsi-coré), su hermana, la musa de la Música, es Euterpe, “la muy placentera”, aunque Terpsícore aúna la música, el teatro, la danza, o sea los “coros” en su sentido clásico.
Todos los seres humanos hacemos cosas variadas, no sólo para ganarnos la vida, sino también para “disfrutar” y sobre todo para abrir “claves” existenciales. Así, sin necesidad, corremos, saltamos, jugamos, dibujamos y pintamos. A través de esas nuevas habilidades, a través del disfrute intrínseco de la actividad creativa, añadimos a ello la sensación íntima de que estamos traspasando un límite, el límite de la diaria vida ramplona y sin color. Intuimos que hay “otro yo” capaz de salir de la rutina, capaz incluso de escalar en el interior de uno mismo y del universo que lo rodea, y que para ello posee un arma, el alma artística. Eso es precisamente lo que trata de explicar la llamada Estética Metafísica, o sea el acceso viviente e intuitivo a un plano superior a través de la belleza del Arte en sus múltiples expresiones.
La música y la danza es una de esas llaves, la música empieza con el ritmo, con un simple tam-tam, quizás inspirado en el primer sonido del mundo, el corazón de la madre, y partiendo desde ahí progresa hasta llegar a la misma Música de las Esferas, o sea la Música y Armonía superiores que rigen el Universo, como una escala de infinitas variaciones y colores, siempre ascendente.
Para hacer música hay múltiples instrumentos, desde el arpa hasta la flauta, pasando por los timbales, castañuelas, violines y pianos. Con todos ellos pueden expresarse sentimientos, hasta cierto punto. Pero he aquí el “instrumento total” que la naturaleza nos dio, y que de hecho es el primer instrumento, antes de que existiesen los otros. Este instrumento es la Voz, tan fundamental que las antiguas teogonías le conceden un lugar primordial. Así en la India, Vach, la esposa de Brahma, es la diosa del Sonido Primordial, de su nombre deriva en latín la palabra “Vox”, de donde procede nuestra Voz. Y el neoplatónico evangelio de San Juan, coloca el “Verbo” en el origen de todas las cosas.
Cuando la tristeza aprieta, cuando la alegría exalta, es la Voz quien viene a acompañarnos como si viniese desde lo más profundo de nosotros. Incluso perdidos en una isla desierta, o encerrados en una prisión, siempre nos puede acompañar la voz, y es la voz la que se agita con tonos tristes, con la pena, la furia, y la alegría y la felicidad. Pero no se detiene ahí, asciende con la oración, el canto a la divinidad, la alabanza al universo entero expresado en lo divino y en lo natural.
No es extraño pues que la voz también acompañe al gesto, como en la ópera, o en el teatro musical. Desde los comienzos, en el teatro griego están presentes los coros. Los “choretai” no sólo eran cantores, también eran actores y danzantes al mismo tiempo.
Los griegos utilizaron el coro en conjunción con la representación dramática y la danza, e incluso William Shakespeare lo utilizó en obras como Romeo y Julieta, Troilo y Crésida, Enrique V y Enrique VIII. El coro razona, alaba, contesta, y expresa los designios divinos.
El Arte Total, que algún día se recuperará, el Arte de los Misterios, aunará toda la fuerza mágica de los “choretai”, de aquellos que sabían acompañar y dar el contrapunto a los actores del Gran Drama.
Seguir el camino de Euterpe y Terpsícore, es atreverse a escalar intuitivamente el monte Helicón, ascender y superar las limitaciones personales y las desarmonías intrínsecas del vivir diario; y con esa Armonía que es Hermandad, expresaremos nuestra Alegría, como el Maestro Beethoven nos enseñó poniendo su música vibrante junto a los versos de la Oda a la Alegría de Schiller:
“Alegría, hermosa chispa de los Dioses, hija del Elíseo… ¡Abrazaos millones de hermanos! ¡Que este beso envuelva al mundo entero! Hermanos! ¡Sobre la bóveda estrellada habita un Padre bondadoso! ¿Flaqueáis, millones de criaturas? ¿No intuyes, mundo, a tu Creador? Búscalo a través de la bóveda celeste, ¡Su morada ha de estar más allá de las estrellas!”
Descargar en PDF