Ámame u Ódiame, pero no seas tibio
La psique o psyché fue simbolizada en tiempos clásicos como una mariposa, y si nos preguntamos por la razón de ello encontraremos que seguramente el colorido y variedad de los dibujos de sus alas tuvieron algo que ver con ello, pues era símbolo de la variedad y riqueza de la mente y las emociones. Pero también por la inestabilidad que representa. A diferencia de las aves y de otros insectos, el vuelo de la mariposa es tembloroso e indeciso, pareciera como si fuese incapaz de adoptar una dirección concreta en sus movimientos. No hay que olvidar que las mariposas surgen de un gusano que se arrastra por el suelo, o sea que nuestra psique, con todo su confuso colorido y su inseguridad, siempre será mejor que sólo limitarse a una vida apegada a la tierra.
Pero dado que la mente y las emociones no viven aisladas, sino que reciben impulsos y choques desde arriba y desde abajo, es decir influencias espirituales y materiales, el estudio de la psique humana es también equivalente al estudio del ser humano en sí, pues allí encontraremos sus aspiraciones, sus metas, sus limitaciones, su felicidad y su dolor, e incluso su futuro más allá de esta vida.
Estos impactos espirituales y físicos, junto a las influencias de pasadas acciones y pensamientos, además de los impulsos heredados de vidas o experiencias pasadas, determinan una polaridad fundamental que se manifiesta en la dirección de la Energía Psíquica. Representa ésta la fuerza o el vector fundamental en acción durante nuestra vida: nuestros anhelos, ambiciones y deseos.
En la antigüedad oriental esa energía psíquico-emocional fue simbolizada de diversas maneras, una de ellas como el dios Kamadeva de la India, o sea el dios (deva) del Deseo (Kama). Pero no se trata del mero deseo carnal, sino que incluye otros aspectos más generales. Los diversos nombres de este dios nos explica sus otros significados sutiles:
Atanu, "El que no tiene cuerpo"
Ragavrinta, "Tallo de la pasión"
Ananga, "Incorpóreo"
Kandarpa, "El que inflama incluso a los dioses"
Mada, "Intoxicador"
Manasija, "El que nace de la mente"
Ratikanta, "El señor de Rati, la diosa del amor carnal"
Pushpadhanva, "Armado con un arco de flores"
El dios del amor dispara así sus flechas adornadas con cinco flores, las flores del árbol Ashoka que no causan pesar ni pena, las flores del Mango, símbolo de la dulzura por fuera y la firmeza por dentro, la flor del Jazmín, flor de la pureza y cuyo nombre significa "Regalo de Dios", y los Lotos Azules, la flor de origen egipcio que se abría frente a la luz del sol, simbolizando la apertura del alma ante la Luz Espiritual.
Flor de Ashoka |
El deseo, en sus múltiples manifestaciones, el deseo impuro y el deseo puro, o el deseo mezclado y el no mezclado, nos arrastra en este mundo de ilusión, nos hace correr, reír y llorar, de tristeza y de alegría. Así que ódiame o ámame, pero no seas tibio, porque sin alegría y sin dolor no se puede aprender en este mundo.
El Asceta - Picasso |
Pero hay quienes deciden apartarse del mundanal ruido, declararse ascetas de cualquier raza, religión o clase, para así poder estar cerca del espíritu. Sin embargo en la soledad de su retiro, de su renuncia al mundo, el alma se paraliza, la mariposa deja de aletear. No habiendo deseo se libra del pecado, ciertamente, pero renuncia a la gloria, esa condición sublime que como cierto poeta sabio decía, conducía hasta el umbral mismo de la Luz, porque es gloria en el dolor, gloria en la alegría y en la tristeza.
Renunciar al mundo, ciertamente, pero casi siempre se entiende que es mi renuncia a participar y a formar parte del mismo. Y ese es el gran error, porque el mundo es mi oportunidad de renunciar a mí mismo. Soy yo quien debe renunciar a mi yo, quien debe renunciar a que el mundo gire a mi alrededor, para hacer que yo trabaje para los demás.
Y el Hábil Creador de este mundo, para que así aprendiese, colocó en medio del mismo a ese representante humilde de Sí Mismo, el pequeño dios o Deva del Amor. Así Kamadeva, a la hindú, o Eros como también lo llaman en las tierras del sol poniente, cada vez que ve un alma durmiente perdiendo el tiempo en extraños rincones de odio y separación, como criminal o como eremita reseco, lanza sus flechas con cinco flores pasionales de Amor, sacando el alma de ese desierto espiritual, bien empujándolo hacia el amor pequeño, pues el amor hacia el ser cercano es también un peldaño necesario, o bien hacia el Amor mayor hacia toda la Humanidad, abandonando así sus austeridades del desierto para ejercitar las austeridades del amor verdadero, que son austeridad para uno mismo y al mismo tiempo prodigalidad para los demás, el placer inmenso en dar con el alma y las manos llenas.
Juan Martín