El Quinto Elemento, la Épsilon del Mandato Délfico
Observemos de nuevo a la naturaleza, y prestemos atención al hombre. El hombre se destaca del resto del mundo animal de forma clara. Y no se trata aquí de una visión antropocéntrica, sino zoológica: todos los animales ocupan un nicho biológico, sobreviven y ayudan a sobrevivir a otras especies, lo cual es lógico, porque la biosfera es en sí misma un ser vivo, con sus tejidos y órganos complejos, del que la ecología ha hecho objeto de estudio. Este ser vivo, la biosfera, tiene también su propósito, y sus mecanismos de adaptación, que se reflejan en las leyes ecológicas. Las especies que no cumplen esas leyes, tarde o temprano son barridas del mapa de la vida en la tierra.
Y precisamente el hombre se distingue por una contradicción permanente: a pesar de formar parte de esa biosfera, su comportamiento se ha caracterizado a lo largo de la historia en desligarse de ella, e incluso oponerse a sus leyes. De alguna manera esa independencia con respecto a las leyes naturales, está íntimamente unida a otro factor importante, la capacidad del hombre de acelerar su paso evolutivo, de controlar sus propios procesos evolutivos.
Desde luego que alguien podría señalar que ese comportamiento "antinatural" del hombre, forma también parte de la naturaleza. Pero eso no sería más que un juego de palabras, o bien estamos hablando de dos términos distintos, naturaleza entendida como el “medio natural en la tierra”, y naturaleza como “el fin último o naturaleza universal o sentido de la vida”, que aparentemente puede ser contradictorio con la anterior definición. No obstante, eso sería trasladar a otra dimensión el sentido de lo natural, o sea a lo supernatural, que es precisamente lo que el cientifismo materialista trata de evitar.