lunes, enero 18

Pandemiatrix

 PANDEMIATRIX

¿Quién está más enfermo, un loco agresivo que ha perdido todo el sentido de la realidad, o una persona con una enfermedad incurable y terminal?

En los dos casos, evidentemente, ambos están enfermos, uno es mental y el otro físico. Pero si atendemos a la esencia de lo que significa ser humano, alguien que ha perdido la cabeza se ha perdido a sí mismo, a su más íntima naturaleza. Sin embargo, una enfermedad física es algo común, y una enfermedad incurable y terminal también lo es, porque todos al fin y a cabo moriremos de una enfermedad terminal e incurable, llámese como se quiera. Por tanto una enfermedad mental es mucho más grave desde el punto de vista humano que una enfermedad física, y si no tomemos como ejemplo el Alzheimer: la muerte de todo lo que uno es y fue, el olvido mortal.

Por eso digo que estamos en la Pandemiatrix, el Matrix de una pandemia mucho más antigua de lo que pensamos, una pandemia que se originó primero en comportamientos sociales que arruinaron los mecanismos defensivos de la población. La ganancia, el dinero por encima de todo, el lujo innecesario, el mercado antes que el ser humano. Quizás por estas mismas razones se atrevieron a experimentar en laboratorios secretos con la vida, como auténticos aprendices de brujo.

Pero nadie está libre de culpa. Pues todos hemos enfermado en mayor o menor medida, hemos permitido que el deseo irrazonable se imponga sobre las necesidades humanas, hemos corrido detrás de la última moda, del último aparato, hemos pisoteado a quien teníamos al lado, hemos mentido, hemos insultado, creímos que estar bien informados es lo mismo que estar bien formados. La falta de moral, y no hablo de ser mojigato, es palpable, unos porque carecen de ella, y otros por desorientación, porque esta sociedad ha perdido el rumbo. Tramposos, mentirosos y sinvergüenzas de todas clases nos gobiernan, aquí y en todos los sitios.

Las Big Tech (Facebook, Whatsapp, Instagram, Twitter, etc., etc.) han caído en su propia trampa, aquellos jóvenes que soñaban con cambiar el mundo con las nuevas tecnologías a su disposición ahora son los esclavos informáticos de estas empresas sin alma, para las que ahora trabajan con el solo objetivo de tener más dinero, más propaganda y más control.

Se quebró el mundo antiguo y medieval gracias a los descubrimientos y a las nuevas conquistas, pero esos descubrimientos externos tenían también como referencia el descubrimiento interno, el del hombre a sí mismo, el hombre renacentista que no solo se interesaba por lo de afuera sino también por lo de adentro.

Ahora para romper este mundo viejo que se cae a pedazos, necesitamos primero afirmarnos en nosotros mismos, y para ello hay que aceptar que la libertad es necesaria y que es un objetivo primordial. El ansia por la libertad es lo que mueve al ser humano, la libertad contra la enfermedad, la libertad de las imposiciones de otros, la libertad de superar este mundo y sus condicionamientos y sufrimientos. Y por eso corre el hombre desbocado hacia el mundo en busca de esa libertad que cree que está ahí fuera. Pero esa libertad pasa por la liberación de uno mismo, de las cadenas a las que uno mismo se sujeta. 

Sólo cuando el hombre se decida definitivamente a mirar hacia adentro, y a buscar a los tiranos internos, podrá acercarse a otros hombres libres y junto con ellos romper esta Nueva Edad Media que nos aprisiona. Cada paso hacia dentro son 100 pasos de conquista también hacia fuera.

Tenemos que salir de la Pandemiatrix, tenemos que tomar la cápsula roja que nos hace salir de este sueño, y si mueres que sea dignamente con la cabeza sobre tus hombros, como ser humano de verdad, íntegro y con conciencia, pues al fin y al cabo la pandemia sólo podrá llevarse ese cuerpo que tanto te pesa y te limita, pero no puede alcanzarte.

Los peligros de la vida, la dureza con la que aparentemente nos trata, cesan de existir en el momento en que dejamos de huir y les hacemos frente, si queremos conquistar nuestra libertad tenemos que conquistarnos primero a nosotros mismos, sin miedo porque los cobardes nunca ganan victorias.

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